Jesús no está entre los muertos; ha resucitado. Nos toca buscar cómo y dónde nos podemos encontrar con él.
Al encontrar quitada la losa del sepulcro, María Magdalena se imagina lo peor. Corre adonde encontrar a Pedro y al otro discípulo.
¿Por qué tal negatividad? Probablemente por lo que parece ser el triste desenlace de la vida de Jesús que ha dejado desesperanzados a sus seguidores.
Y la negatividad puede resultar también de las noches de desvelo. Las han provocado la muerte del amigo muy querido y también el ansia que ella tiene de él.
Pero poco importa cuál sea el motivo por el que se imagina lo peor María. Pues, igual, es admirable ella por buscar de todo corazón.
Jesús se deja encontrar.
El Señor, sí, se deja encontrar por los que le buscan de todo corazón. Por eso, se aparece a María. Pero ella no lo reconoce hasta que él la llama por su nombre. El llamamiento resulta calmante, purificándola de pensamientos y sentimientos negativos. Está seguro de que es su Maestro, no el hortelano que se haya llevado a Jesús.
Entonces, no solo son dichosos los que buscan de todo corazón. Lo son también los limpios de corazón, porque ven al buscado. Creen también y entienden la Escritura. Luego se van a encontrar con él.
Así Pedro y el otro discípulo. Corren hacia el sepulcro, que contagiosa es la negatividad. Pero sin notar ningún indicio de robo del cuerpo, calmados ven ambos. Y el otro discípulo cree además.
Los dichosos por creer sin ver nos podemos encontrar con el Resucitado.
Creemos en Cristo vivo que nos revela que no tiene la última palabra ni la muerte ni ninguna adversidad. Pero encontrarnos con él supone buscarlo de todo corazón y sinceramente. ¿Y dónde?
Está Jesús en nuestro interior, en «el susurro de una brisa suave», haciéndonos capaces de distinguir lo bueno de lo malo.
También está en medio de los reunidos en su nombre. «Está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica», en la Misa, por supuesto (SC 7).
Pero sea plena, consciente y activa nuestra participación, no la rutinaria y somera de los sin vida. Ni nos basta con conformarnos con la letra inmisericorde y matadora. No, no encontraremos entre los muertos al que vive. Ni entenderemos la Escritura y las doctrinas si ellas no nos encaminan a la Palabra viva, eficaz y tajante. Si no vivimos conformados a ella.
Claro, los pobres nos representan a Jesús (SV.ES XI:725). Dejar, pues, la oración para atenderlos es dejar a Jesús por Jesús (véase SV.ES IX:297). Por ellos, buscamos lo de arriba para hacerlo todo acá abajo según el modelo que se nos muestra allá.
Huelga decir que son testigos de la resurrección quienes se encuentran verdaderamente con Jesús vivo.
Señor Jesús, concédenos buscarte de todo corazón y sinceramente, para que nos podamos encontrar contigo vivo en todos. Y en todas las cosas.
12 Abril 2020
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (A)
Hch 10, 34a. 37-43; Col 3, 1-4/1 Cor 5, 6b-8; Jn 20, 1-9/Mt 28, 1-10
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