Jesús es misericordioso como su Padre es misericordioso. Por eso, llora con los que nos enfretamos a la muerte. Y se somete a ella para traernos la vida plena.
Oye Jesús que está enfermo su amigo Lázaro. Y en seguida da a entender que mantiene él el control de la situación. Por eso, aunque seguramente piensa amoroso y misericordioso en el enfermo y en sus hermanas, no tiene prisa en ir a verlos.
Tranquilo dice también Jesús a sus seguidores: «Vamos otra vez a Judea». No le importa que allí lo espere la muerte. Ni le molesta la falta de entendimiento de parte de sus seguidores. Es firme su decisión de obrar por la gloria de Dios y por el bien de los necesitados.
Jesús, además, con calma se encuentra con Marta. Desahoga ella su dolor indicando que no estaba presente él cuando más lo necesitaban su hermano, su hermana y ella misma. Y siempre misericordioso, la conforta, diciéndole simplemente que su hermano resucitará.
Pero luego viene a su encuentro María y se echa a sus pies. Se desahoga ella diciéndole lo mismo que su hermana. Y viendo llorar a ella y a los que la acompañan, él se conmueve en su espíritu y se estremece. Dentro de poco, llora también delante de la tumba. Parece que se le está yendo la mano.
Yéndosele la mano, Jesús se manifiesta amoroso y misericordioso hasta lo sumo. Y nos quiere como él.
Viéndole a Jesús no poder contenerse, los presentes logran darse cuenta de lo mucho que quiere él a Lázaro. Sí, tanto los quiere a él y a sus hermanas que no puede soportar verlos indefensos ante la muerte. Por eso, resucita al muerto. Después de todo, tiene poder absoluto sobre la muerte. Seguramente, no podemos esperar algo menos del que ama tanto y es así de misericordioso.
Además, esperar algo menos es subestimar lo infinitamente inventivo que es el amor. De este amor surge la Eucaristía (SV.ES XI:65), sacramento de la muerte vivificadora de Jesús.
Y los seguidores de Jesús hemos de ir y morir con él. Con sus más pequeños hermanos y hermanas también, especialmente en estos momentos de incertidumbre. Es decir, se nos llama a nosotros a la compasión que nos lleve a ser menos bestiales y más humanos (SV.ES XI:561). Y tanto más humanos, cuanto más como Dios, y vivos por el Espíritu. Pues lo propio de Dios es la misericordia (SV.ES XI:253), lo propio del Dios verdadero y vivo.
Señor Jesús, tanto nos amas, y eres misericordioso hasta lo sumo, que nos traes la vida plena. Concédenos comprender verdaderamente que, perdiendo la vida, la ganamos para los demás y para nosotros mismos.
29 Marzo 2020
Domingo 5º de Cuaresma (A)
Ez 37, 12-14; Rom 8, 8-11; Jn 11, 1-45
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