Para San Vicente de Paúl, los pobres son quienes nos muestran el contenido real del Evangelio. Ellos son testigos privilegiados del mensaje de Cristo que camina y acompaña cada una de sus luchas. Esta es la experiencia que pude vivir en la misión que participé en semana santa. Estuve al menos por un día en una comunidad que me llamó mucho la atención. Esta está en el territorio de la parroquia “San Antonio de Padua” del Cantón Laguna Seca, Nueva Concepción, Chalatenango. Es una comunidad pequeña, la mayoría de ellos dependen de un solo núcleo familiar. Para llegar a este lugar, hay que caminar al menos por 40 minutos desde donde llega transporte público.
Al visitar cada familia, me compartieron una diversidad de situaciones por las que han tenido que pasar para estar allí. El conflicto armado les obligó a movilizarse, sus tierras les fueron arrebatadas. Después de la guerra, deciden aventurarse a buscar un lugar donde vivir, y así, llegan hasta donde se encuentran viviendo ahora. Les tocó empezar de cero: construir sus casas, encontrar tierra y otros recursos básicos. Sus casas son sencillas, algunas son con paredes de bajareque, techo de lámina y una minoría, tienen sus casas con paredes de tierra y techo de teja. No tienen escuela, no hay siquiera una tienda o un molino para hacer la masa para sus tortillas.
Aun en medio de tantas limitaciones, han buscado desarrollo para la comunidad. En algunos puntos, ha habido cierta respuesta por parte de las instituciones del Estado, y otros aún están en espera. Ya tienen luz eléctrica, tienen agua potable en las casas. Están esperando a que se les construya una calle. Recientemente ha habido legalización por parte del gobierno de lotes donde tienen sus casa y los terrenos donde trabajan (la distribución se ha hecho sin considerar qué les beneficia mejor a todos). Su economía depende básicamente de la siembra de maíz y frijol, pero en una situación de emergencia son capaces de quedarse sin nada por ver bien a sus cercanos.
Estar con ellos fue una experiencia única, cada persona tiene un corazón que irradia sinceridad, alegría, humildad y capacidad de acogida hacia quien les visitan. Ellos ofrecen de lo mejor que tienen. Mientras dialogaba con ellos, cada familia me compartía algo de tomar o comer. Me compartieron las hazañas que les toca hacer cuando se les presenta una emergencia con un enfermo. A veces bajo la lluvia, en medio de lodo del camino, sin importar la hora, llevan en una hamaca al paciente a la unidad de salud más cercana; que si no encuentran transporte en la comunidad más siguiente les toca caminar varias horas. Todos son solidarios entre ellos, importa mucho el bienestar de la comunidad.
Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio dice el papa Francisco. Creí que era yo quien les iba a evangelizar, el resultado es que fui yo quien fui evangelizado por ellos. La fe de estas personas es increíble. Tienen una fe sencilla que la defienden a pesar de todo. Aunque tienen poco acompañamiento formativo en su comunidad, no dejan de sentirse parte de la iglesia católica y de la parroquia. Tienen momentos de compartir todos, sí alguien elabora algo para comer, trata de compartirlo con todos. Para la celebración de la palabra que hice junto a ellos ninguno/a se quedó en casa. Incluso, en las celebraciones principales de la semana que fueron en otra comunidad, asistieron a pesar que tenían que caminar un poco más de una hora. A la formación de la parroquia también van los encargados aunque les toque caminar varias horas… Estar con personas así lo considero una gracia en la que Dios se manifiesta de manera sencilla.
Por Wilfredo Chicas Medina
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