Estilos de evangelio (Lucas 2,22-40)

por | Feb 15, 2020 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

¿Alguna vez has pensado en ti mismo como evangelizador? Hoy día muchas asociaciones políticas y económicas han crecido alrededor de la palabra «evangélico». Pero en las Escrituras tiene el claro significado de alguien que sale y anuncia la Buena Nueva… la extremadamente Buena Nueva de que Dios, en Jesús, se ha hecho presente entre nosotros trayendo el Reino de Dios a este mundo.

Pensamos en San Pablo viajando miles de kilómetros alrededor del mundo antiguo, proclamando, de palabra y obra, que en Jesucristo una nueva era ha amanecido, y que, con nuestra cooperación, la justicia y el amor triunfarán al final. También pensamos en el encuentro de Pablo con el Cristo Resucitado en el camino de Damasco.

Hoy día hay gente que evangeliza en el mismo público de Pablo y se podría decir que con un estilo de confrontación: «¿Aceptas a Jesús como tu Señor y Salvador?»

Pero hay otras formas de ser un evangelizador. Un ejemplo al principio del evangelio de Lucas es Ana, esa viuda anciana que reside en el Templo y que se encuentra con María, José y su bebé al entrar a Jerusalén. Después de encontrarse con la Sagrada Familia, Ana sale a hablar con su vecino sobre el niño «por el que todos esperaban el rescate de Jerusalén». A su manera gentil, íntima y no llamativa, ella también califica como evangelista. Hay más de una manera de proclamar la Buena Nueva.

Fíjense en lo que le permitió convertirse en este tipo diferente de evangelista. A diferencia del gran drama de la vida de Pablo, la de Ana había sido una existencia mayormente desapercibida a la sombra del Templo. Se nos dice que oraba constantemente pero sin llamar la atención, pasando sus días en una tranquila conversación con Dios. También se nos dice que ayunaba frecuentemente, que no satisfacía todos los deseos y aumentaba su hambre de Dios. De alguna manera, estas prácticas y el tenor oculto de su vida se combinaron para sensibilizarla ante lo divino de este pequeño bebé. Cientos de personas se arremolinaban en el Templo ese día; sólo ella y Simeón reconocen la especial santidad de este niño.

A su manera, se había preparado para darse cuenta y responder. Su oración y ayuno ayudaron a abrir sus ojos a la presencia de Dios que pasaba tan cerca. También la impulsaron a hablar de lo que había visto. Ana dio testimonio de su experiencia personal de Dios justo ahí en su medio.

Comparada con san Pablo, la evangelización de Ana era de bajo perfil. Su oración y ayuno estaban en la sombra, no sólo del Templo, sino de su vejez y la invisibilidad que a menudo conlleva. Pero ella se dio cuenta y luego respondió, estuvo alerta a la cercanía de Dios y luego habló de ello a su mundo cercano.

Hay diferentes maneras y estilos de ser un evangelista. El suave camino de Ana es uno entre muchos otros de dar testimonio de la mano de Dios en el trabajo, de ser un proclamador de la participación del Señor en nuestro mundo.

Uno podría dar testimonio haciendo alguna acción generosa, y, cuando hay una abertura que revela algo de su fe – motivar para hacerlo.

Otro puede evangelizar tomando una postura a favor de una mayor justicia en alguna situación social, y de alguna manera hacer saber a la gente cómo la persona de Jesús ha configurado su acción.

Otro puede anunciar la Buena Nueva extendiendo un perdón costoso a alguien que le ha hecho daño, y cuando la ocasión se presente mencionar cuánto su fe le ha sostenido a lo largo del proceso.

Y nosotros, los vicencianos, sabemos cómo llevar el Evangelio de las buenas obras a los menos afortunados, y luego, siguiendo el ejemplo de Vicente y Luisa, hablarles del amor de Dios.

Continuando con esta anciana, Ana: vemos cómo la preparación nos habilita para hablar de la presencia de Dios en la vida. La oración, el ayuno y la perseverancia fueron su entrenamiento. Para nosotros, hablar de nuestra fe con los amigos puede ayudar. Tomar nota del buen ejemplo de otros creyentes es una ayuda. Todo esto y más nos sensibiliza a la actividad del Señor en este mundo. Y luego está ese segundo paso: hablar de lo que hemos visto y oído (o, como lo diría el Nuevo Testamento, «proclamar la Buena Nueva»).

De mil maneras y estilos diferentes, cada discípulo del Señor Jesús es convocado para hacer saber a los demás lo que de Él hemos visto y oído y tocado y probado, y así poder testificar, hablar de nuestro testimonio de la presencia de Dios en la vida cotidiana.

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