Sólo puedo imaginarme las preguntas que todos los padres escuchan y que provocan una punzada de incomodidad: ¿Ya hemos llegado? ¿Tengo que hacerlo? ¿De dónde vienen los bebés? ¿Por qué? ¿Por qué no?
En mi casa, la pregunta más terrible de todas era, «¿Qué hay para cenar?»
Su repetición diaria era una mofa hacia mi madre. Nunca le gustó cocinar, pero trabajó incansablemente para proporcionarnos comida sana. Y si alguna vez escuchaba a alguno de nosotros quejarse de que no había nada para comer en la casa, decía que no buscábamos lo suficiente. En unos instantes, mi madre juntaba todas las piezas, y hacía algo de sustento. Tal vez no fuera gourmet, pero proporcionaría una alimentación adecuada.
No heredé el temor de mi madre a la cena. Me encanta el tiempo que paso en la cocina. Me llena de alegría y anticipación ver una nevera o despensa llena de ingredientes con los que crear. Me nutro a todo nivel cuando cocino platos sanos, coloridos y llenos de sabor y cuando los comparto con los que amo. En la cocina, estoy en mi elemento y todo va bien.
Mi reciente mudanza a Minnesota para la escuela de postgrado ha sido muy difícil. Me mudé de Denver y de jé a los Voluntarios Vicencianos de COlorado —el lugar que considero mi hogar y la comunidad donde me siento más nutrida—, para seguir lo que creía que era la llamada de Dios para mi vida. No me malinterpretéis: la gente de aquí es amable y acogedora, estoy aprendiendo mucho en mis estudios y en mi trabajo, y la vida me va bien. Es un privilegio y una bendición estar exactamente donde estoy. Pero aún no he encontrado la alegría o la satisfacción que pensé que encontraría al seguir esta misteriosa llamada. Siento que he cambiado mi cocina, completamente equipada, por una despensa con algunas cosas dispersas.
Hace unos meses le dije a mi director espiritual que me sentía como los israelitas después de que salieron de Egipto: vagando y refunfuñando. Me sentía frustrada, impaciente e sin certezas. Le dije a Dios: «Hice lo que me pediste. ¿Me has traído aquí sólo para que sea infeliz y tenga nostalgia?» Al igual que los israelitas, elegí voluntariamente este camino después de una ardua oración y discernimiento con Dios. Y al igual que los israelitas, vivir en la elección que hice demostró ser una prueba para mi fe. Sentí que Dios no sabía lo que estaba haciendo. Tal vez todo esto fue un gran error y debería volver. Sabía que las transiciones eran difíciles, pero, cansada de sentirme sin rumbo y fuera de lugar, estaba lista para entrar a la Tierra Prometida.
En nuestra conversación, mi director espiritual me recordó el milagro del maná en el desierto. Cada día, el maná caía del cielo, y la gente sólo podía recoger lo suficiente para sostenerse ese día. Pero, por supuesto, sin estar seguros de que Dios supiera realmente lo que hacía, la gente intentaba almacenar comida extra para el futuro. A la mañana siguiente, se despertaban y encontraban los panes estropeados y llenos de gusanos.
La Hna. Eunice pregunta, «¿Y si le pidieras a Dios que te ayudara a encontrar lo suficiente para hoy? Cada día, ¿podrías confiar en que Dios pondrá suficientes piezas en tu camino para sostenerte durante el día que transitas?»
Pensé en mi madre, diciéndome que buscara más en las profundidades de la despensa. Aunque me encanta cocinar con una cocina completa, heredé su habilidad para hacer una comida con los fragmentos. Fue una habilidad que me sirvió bien durante mi participación en los Voluntarios Vicencianos de Colorado. Puede que no sea gourmet, pero me proporcionará la nutrición adecuada para pasar el día.
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Ahora no estoy en la comodidad de mi antiguo hogar, con fácil acceso a los lugares, relaciones y conversaciones que me han sostenido estos últimos cuatro años, pero tal vez esa sea una parte importante de mi viaje al desierto. Tal vez necesito dejar que las cosas se desmoronen lo suficiente como para que Dios y yo podamos conocernos de una manera nueva. Tal vez pueda aprender a confiar un poco más y deleitarme con la oportunidad de cocinar con nuevos ingredientes.
No puedo estar segura de lo que vendrá en los próximos tres años de estudio, o incluso en la próxima semana. Y no estoy segura de que sea justo exigirle respuestas a Dios. Todo lo que puedo hacer es pedirle a Dios que me abra los ojos a los fragmentos que puedo recoger en el camino hoy. Y si me ofrecen el regalo del mañana, espero poder confiar en que Dios repetirá el milagro, y que recibiré sustento.
Mi tiempo de vagabundeo puede durar un poco más, pero habrá suficiente para el día de hoy.
Habrá suficiente para hoy.
Pero creo que Dios y yo sabemos que probablemente seguiré preguntando «¿Qué hay para cenar?»
Fuente: Web de los Voluntarios Vicencianos de Colorado
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