En un artículo titulado “Climate Change is a Poor People’s Issue” [El cambio climático es un problema de los pobres] (Common Dreams, 11 de julio), Mallika Khanna habla de la falta de defensa del cambio por parte de algunas personas, incluso cuando están profundamente afectadas por un problema social. Ella continúa describiendo los «perfiles de personalidad menos resistentes«, un término utilizado en un estudio de 1984 realizado por una empresa consultora para determinar dónde una junta de residuos podría construir una planta sin que las comunidades locales se quejasen.
Según el estudio, las personas menos propensas a protestar por riesgos hacia su salud eran típicamente «residentes de pueblos pequeños en el sur o en el medio oeste, solo con estudios secundarios, católicos, no involucrados en asuntos sociales y sin historia de activismo, involucrados en la minería, la agricultura y la ganadería, conservadores, republicanos, defensores del mercado libre». Espera, ¿qué? ¿Católico?
Todo eso está bien, ¿pero es católico? ¿Por qué aparece eso ahí? Y si es cierto, ¡qué desgracia que nuestra fe sea considerada un obstáculo para una defensa legítima y muy necesaria! Si es cierto, ¿qué pasó con la maravillosa tradición profética de nuestra fe?
Pero no me lo trago. Debe ser un estudio defectuoso.
Veo muchos ejemplos de defensa católica valiente. Sin mirar atrás en la historia, veo a las «monjas del autobús» [grupo de defensa de los Estados Unidos, n. del tr.] llevando asuntos directamente a los pasillos del poder, y oigo al papa Francisco desafiando con vigor al mundo entero para hacer algo juntos porque «la tierra, nuestra casa, está empezando a parecerse cada vez más a una inmensa pila de inmundicia». Y qué hay de los muchos vicencianos de todo el mundo que hablan en favor de los pobres —mejor aún, ayudando a los pobres para que hablen por sí mismos— sin reconocimiento, e incluso a costa de un gran riesgo personal. Y miren a nuestras ONG de la Familia Vicenciana, que trabajan diligentemente en la ONU para proporcionar una brújula moral, mientras los gobiernos debaten los grandes temas de la época.
Pero, aunque sea falso, ese comentario «católico», ¿nos sirve de algo? Tal vez apunta a una cierta pasividad, una vacilación, una falta de audacia en nuestra defensa. Y tal vez esto nos recuerda que, con demasiada frecuencia, los católicos no escuchan homilías sobre justicia social, o la defensa, o la Doctrina Social católica.
Y, si pensamos más en nuestro entorno, podría ser un desafío especial para los que formamos parte de la Familia Vicenciana. Nuestra vocación nos dirige hacia los que están atrapados en la pobreza. ¿Cómo podemos hacerlo sin que nos veamos movidos a abogar por el cambio?
La Familia Vicenciana, dedicada a los pobres, debe ser una de las voces más fuertes que aboguen por un cambio real y permanente de los sistemas, estructuras y decisiones que hacen y mantienen a la gente pobre.
Una razón más para apreciar es que la Familia Vicenciana ha adoptado el Cambio Sistémico como metodología, complementando la caridad por la que se nos conoce, en la búsqueda de una mayor justicia, especialmente para los muchos obligados a vivir en la pobreza y la miseria. La defensa y promoción es una gran parte del trabajo de cambio sistémico. Pero está claro que tiene que ser audaz, clara y coherente. Al igual que la caridad, los pequeños empujones hacia la justicia no son suficientes para lograr un cambio significativo.
La defensa es tanto ciencia como arte: requiere, por un lado, una investigación y preparación sólidas y, por otro, creatividad y una presentación convincente. Es un tipo de caridad social. Implica una importante red de contactos y una acción no partidista y no violenta.
Así que no hay nada en ser católico que invite a la pasividad o a la tibieza. Todo lo contrario. Pero que algunos no lo crean podría ser el comienzo de una reflexión rigurosa sobre lo bien que vivimos la dimensión profética de nuestra fe.
Jim Claffey,
Comisión para Promover el Cambio Sistémico
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