El tema de la última asamblea de MISEVI en Salamanca fue Discípulos y Misioneros. En esa ocasión, el Padre Hugh O’Donnell nos ofreció una maravillosa reflexión, que es necesario que profundicemos más y más.
Durante el tiempo de Pascua, la liturgia nos propone leer, meditar y orar el precioso libro de los primeros discípulos y testigos del Señor resucitado: los Hechos de los Apóstoles. Lucas, en su narración de la experiencia de fe de la primera comunidad cristiana, comienza describiendo su vida, su fe, su dedicación, sus relaciones y la forma en que alimentaron su fe, para poder transmitir la luz de la resurrección al mundo.
Él nos dice: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar» (Hechos 2,42-47)
La comunidad de los creyentes y los apóstoles que fueron transformados por el Espíritu Santo eran un libro abierto para todos los que se encontraban en el camino. Admitían su condición frágil como pecadores, pero creían que Dios los usaba para sus propósitos. Vemos a Pablo narrando más de una vez su historia de ser, a la vez, pecador y un hombre agraciado por Dios. Vemos a Pedro lleno de alegría y energía, dando testimonio con alegría y coraje, frente a la oposición y el encarcelamiento. Aprendemos de Esteban la alegría del martirio por el reino de Dios. Estos primeros discípulos viajaron a lugares peligrosos y cruzaron fronteras geográficas, culturales y religiosas para llevar la Buena Nueva, a riesgo de sus propias vidas.
Podría seguir destacando más elementos de esta piedra angular de la vida de los primeros cristianos. En nuestra vida cotidiana y ordinaria, debemos releer y reescribir nuestra propia historia, basada en el libro de los Hechos de los Apóstoles, y ahora tenemos todo el mes para leer y meditar en estos primeros discípulos misioneros, mientras nos preparamos para Pentecostés.
Para nuestra reflexión, me gustaría destacar tres elementos que caracterizaron la vida de los primeros discípulos: [1] la alegría; [2] la comunión y el compartir; [3] la disposición a ir a llevar la buena nueva.
La alegría
Una característica sorprendente de los discípulos fue su alegría de ser discípulos. Lo que los hacía felices era su identidad; ser seguidores de Jesús era la profunda motivación de su alegría. El Papa Francisco nos anima a todos a redescubrir nuestra alegría. Su primera carta apostólica, que establecía el programa de Su Pontificado, se titulaba «La alegría del Evangelio». Cada una de sus siguientes exhortaciones («Laetare et Gaudete», «Laudato Si», «Amoris Laetitia» y la última, «Christus Vivit»), son una llamada a renovar la alegría en nuestra vocación cristiana.
Vivir desde la felicidad y la serenidad en medio de nuestra vida diaria es, a veces, un desafío. Desde los primeros días, san Vicente nos enseñó a ofrecer todas nuestras actividades diarias a Dios durante nuestra meditación, y a confiar en él.
Cuando pienso en confiar alegremente en Dios, un recuerdo que siempre me viene a la mente es el de un hombre que viajaba con su equipaje en un carruaje conducido por un caballo. Como el caballo estaba delgado y cansado, cuando llegaron a una carretera resbaladiza, el hombre tomó su equipaje y lo puso sobre sus propios hombros, en el carruaje. Cuando le preguntaron por qué, dijo que sentía lástima por el caballo y que quería ayudarlo. Pero, de hecho, ¡toda la carga todavía estaba sobre la espalda del caballo!
Esta anécdota siempre me recuerda que debo confiar plenamente en Dios. Esa es la fuente de la alegría. El que pone su confianza en Dios nunca se queda sin alegría. Un discípulo que experimenta esta confianza está lleno de alegría y serenidad, y está listo a compartir con quienes lo necesitan.
La alegría vicenciana también se basa en hacer que los demás experimente la alegría:
«Es un acto de caridad alegrarse con los que se alegran. Ella nos hace entrar en los motivos de su alegría. Nuestro Señor ha querido con sus máximas hacer que seamos una sola cosa espiritualmente en la alegría y en la tristeza; desea que entremos en los sentimientos de todos los demás. El evangelio de san Juan nos cuenta que el bendito precursor, hablando de sí y de Jesucristo, decía que el amigo del esposo se llena de alegría al oír su voz. «Mi gozo, exclamaba, ya se ha cumplido; es preciso que él crezca y que yo mengüe». Alegrémonos también cuando oigamos la voz de nuestro prójimo que se alegra, ya que nos representa a nuestro Señor; alegrémonos de sus éxitos y de que nos supere en el honor y el aprecio del mundo, en talento, en gracia y en virtudes. Así es como hemos de entrar en estos sentimientos de alegría» (SVP ES XI-4, 561)
La comunión y el compartir
La comunión es una de las características distintivas de la primera comunidad cristiana. En nuestra estilo vicenciano de vivir el Evangelio, desde los primeros días de nuestra fundación, la comunión y la caridad van unidas. Somos misioneros, unos a lado de los otros. Vicente fue capaz de crear redes de caridad porque pudo juntar muchas manos y mentes en mutua cooperación. Como representa el Logo de Misevi, todos nuestros sueños se realizan en una comunión de dimensiones mundiales. Al mismo tiempo, la comunión entre los miembros que conviven es vital. La comunión crece a través de la oración, el compartir, la planificación para los pobres y con los pobres.
Compartir su fe caracterizó a los discípulos de Jesús. Cuando Pedro se encontraba en la entrada del templo y un hombre le rogó que le diera algo, él dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar» (Hechos 3,6)
Disposición a ir a llevar la buena noticia
La disposición para ir a llevar la buena nueva, que caracterizó a los apóstoles, también caracteriza a los vicencianos. San Vicente exhortó a sus misioneros: «tenéis que atender a las necesidades espirituales de nuestro prójimo con la misma rapidez con que se corre a apagar el fuego» (SVP ES XI-4, 724).
«Por tanto, nuestra vocación consiste en ir, no a una parroquia, ni sólo a una diócesis, sino por toda la tierra; ¿para qué? Para abrazar los corazones de todos los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que vino a traer fuego a la tierra para inflamarla de su amor. ¿Qué otra cosa hemos de desear, sino que arda y lo consuma todo? Mis queridos hermanos, pensemos un poco en ello, si os parece. Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar. No me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo, como imagen de Dios y objeto de su amor, y obrar de manera que a su vez los hombres amen a su Creador, que los conoce y reconoce como hermanos, que los ha salvado, para que con una caridad mutua también ellos se amen entre sí por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a la muerte a su único Hijo» (SVP ES XI-4, 553-554).
Como vicencianos, nuestro carisma es leer los signos de los tiempos, en el sentido de buscar los lugares donde existen las mayores necesidades de los pobres. La Iglesia nos está llamando a abrir los ojos a las personas más pobres de nuestro tiempo, y no necesitamos una investigación sofisticada para verlos. Basta con abrir nuestros oídos y los encontraremos fácilmente.
Oración
Señor, enséñanos a ser discípulos y apóstoles.
Danos la gracia de escuchar tu palabra,
a ser fieles a tu enseñanza
y la enseñanza de nuestros fundadores.
Que nuestra comunión fluya desde la Eucaristía.
cada vez que participamos en ella.
Haznos contemplativos en acción.
Ayúdanos a creer que nos encontramos contigo
cuando estamos en contacto con los pobres.
Enséñanos a vivir en comunión, que en la diversidad encuentra su riqueza.
Danos un corazón generoso, que no se fatigue.
Danos alegría para compartir con nuestros hermanos y hermanas.
Amén.
Autora: Sor Neghesti Michael, HC
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