El Día de San Valentín, un grupo de 18 Voluntarios Vicencianos de Colorado (CVV), 4 empleados y un puñado de colaboradores de la comunidad se reunieron en nuestra sala de oración para hacer una pausa antes de emprender un viaje profundo. Compartimos lo que esperábamos llevar en nuestro viaje y lo que dejaríamos atrás. Cantamos juntos que «estamos en tierra santa». Así, l grupo 24 de los CVV comenzó su peregrinación a las Tierras Fronterizas de El Paso, Texas y Juárez, México. Nos preparamos para ir precisamente a donde Vicente nos encargó que fuéramos: a los márgenes.
Tras un viaje nocturno de 12 horas en autobús, llegamos a nuestro destino y fuimos recibidos por nuestros guías locales. Subidos en otra furgoneta, comenzamos a vivir un buen número de experiencias; los procedimientos de inmigración en un juzgado, una presentación de una agencia de defensa de inmigración que brinda asistencia legal, tamales caseros y una historia sobre el paso de la frontera en el hogar de una familia que estuvo separada por muchos años. Visitamos a agentes de la Patrulla Fronteriza y a educadores locales que han permanecido en México criando a sus hijos, a una madre que cruzó para salvar la vida de su hija y a un médico que brinda atención médica en Juárez de forma gratuita. Mientras recorríamos las ciudades, el alto muro fronterizo nos flanqueaba, corriendo en paralelo al Río Grande. Las preguntas y las opiniones comenzaron a formarse en nuestros corazones a medida que escuchábamos más y más testimonios.
Fue un viaje confuso que condujo a más preguntas que respuestas, pero una respuesta humillante resonaba. Lo que la peregrinación a la frontera de los CVV aclaró fue dónde estaba el campo más allá del bien y el mal. El campo somos nosotros. No importa qué política o acciones sucedan a lo largo de nuestras vidas, siempre lastimarán a alguien y siempre beneficiarán a alguien; pero nosotros, como individuos, podemos superar eso y amar a todos… Incluso si eso supone dar la mano a alguien con quien no se está de acuerdo con su opinión política, este mundo necesita un poco más de amor y aceptación de todos. Entonces, tal vez un día podamos decir que estamos en el campo del que habla Rumi: Más allá de las ideas de hacer el mal y hacer el bien, hay un campo. Te encontraré allí. (Mathew)
Supongo que, de todas las personas con las que nos reunimos y los lugares a los que fuimos, lo común a todas fue la súplica. De Rachel, que trabaja como asistente legal para la ley de inmigración en Las Américas, nos dijo que regresáramos porque necesitaban ayuda. De Reuben Garcia, que quería que reconociéramos la dignidad de quienes viajan a través de la frontera y nos pidieron que pensáramos en regresar como voluntarios de la Casa de Anunciación. De los agentes de la Patrulla Fronteriza, que defendían la necesidad de su papel y querían comunicar que también son buenas personas. Y de Jorge, que vive solo en el santuario, que simplemente quería que, a la vuelta a nuestras casas, compartiésemos la historia de lo que le sucedió a él y su familia con la esperanza de que alguien, en algún lugar, lo escuchara y supiera cómo traer de vuelta a su esposa y su hijo. (Gloria)
Tenían puestos monitores de tobillo. Sentí que todos se volvían hacia nosotros con una misma mirada, mismos ojos, grandes, vacilantes y cuestionadores. Pero sonreír o saludarlos produciría un cambio inmediato en su comportamiento: la luz entraba en sus ojos, el destello de una sonrisa, un movimiento de cabeza. Sentí que eran gestos que iban directos siempre a mi corazón. «Dios —pensé—, por favor ayúdanos a hacer lo correcto por estas personas». (Hosanna)
No viajamos a la frontera para realizar un servicio o para ayudar a quienes viven allí. Viajamos a la frontera para encontrarnos con personas amadas por Dios, escuchar sus historias de lucha, perseverancia y esperanza. Viajamos para compartir comidas preparadas por personas fuertes, guardianes de sabiduría, y para recordarnos la dignidad de todas las personas, sin importar de qué lado de qué frontera nacimos. Y se nos recuerda claramente el privilegio que tenemos para participar en esta experiencia. En esta peregrinación, se nos da el regalo y la oportunidad de ser portadores de las historias de quienes viven en la frontera.
El domingo por la noche, volvimos a subir al autobús. Habiendo dejado atrás nuestras expectativas e ignorancia, ahora podemos llevar a Cristo, que nos encontramos en los lugares más improbables, y tenemos la tarea de construir puentes de empatía y comprensión dentro de nuestras comunidades. Nos recordamos a nosotros mismos y a los demás, que aquellas personas también son nuestros hermanos y hermanas, amados hijos de Dios.
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