«La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Coríntios 13, 4-7).
El uso de la palabra amar nunca estuvo tan banalizado como en los días actuales, principalmente debido al desconocimiento del verdadero significado del amor. Por eso, conviene recordarlo: el amor es el sentimiento de afecto que hace que una persona quiera estar con otra, protegienda, cuidandola y conservando su compañía. La mejor enseñanza de la vivencia concreta de la acción de amar se describe en la «Parábola del Buen Samaritano» (Lucas 10, 25-37), en la que se produce el gesto destacado que evidencia la característica singular del estímulo a la práctica del amor por el prójimo, es decir, la compasión.
La compasión puede ser definida como el sentimiento de piedad por el sufrimiento ajeno, que despierta la voluntad de ayudar y confortar a quien padece. Hay también el entendimiento de que la compasión tiene el sentido de «sufrir con el otro» o, aún mejor, «sentir el dolor del otro». Pero, en cualquier situación que involucre el sufrimiento, es indispensable vivenciar la experiencia de la empatía, que significa la aptitud de identificarse con el otro, sintiendo lo que él siente. De ahí la importancia de este sublime ejercicio, pues nada sustituye al encuentro «cara a cara» para tener la oportunidad de sentir al prójimo.
En este aspecto, los vicentinos gozan del privilegio divino de experimentar el contacto personal con quien está sufriendo de las desgracias impuestas por la existencia humana. Sin embargo, no basta con acercarse a las personas en estado de vulnerabilidad social, sino que es fundamental amar a los Pobres, porque en esta actitud se estructura la esencia de la Vocación Vicentina. Así, el verdadero testimonio de los llamados al servicio a los más necesitados consiste en el amor incondicional, buscando el rescate de la dignidad de los que sufren.
Así, como incentivo para profundizar esta reflexión, conviene preguntarse: ¿siento amor por los Pobres?
De este modo, es necesario responder a la pregunta anterior con extrema sinceridad, porque no podemos engañarnos, ya que en el inevitable Juicio Final, el Señor va a decir: «Siempre que habéis hecho esto a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hiciste» (Mt 25, 40). Si pasamos la vida amando al Pobre, fue a Jesucristo a quien tuvimos la gracia de amar. Sin embargo, si no conseguimos amar al Pobre, perdemos la oportunidad de dar nuestro amor al propio Hijo de Dios. Y ahí, ya sabemos la consecuencia …
Por lo tanto, si estamos entre aquellos que no han sido y/o son capaces de amar a los Pobres, es urgente revertir esa realidad, empezando por el debido cumplimiento de la Palabra de Dios, que nos dice: «Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad» (2 Pedro 1, 5-8).
Ante la conveniencia de transformar esta realidad, si nos hallamos ante la incapacidad de amar a los Pobres, es primordial escuchar la predicación del Papa Francisco, que declaró: «lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo. Sólo esto dura para siempre, todo el resto pasa; por eso, lo que invertimos en amor es lo que permanece, el resto desaparece. […] No busquemos lo superfluo para nosotros, sino el bien para los demás, y nada de lo que vale nos faltará. Que el Señor, que tiene compasión de nuestra pobreza y nos reviste de sus talentos, nos dé la sabiduría de buscar lo que cuenta y el valor de amar, no con palabras sino con hechos» (Homilía del Papa Francisco sobre el Día Mundial de los Pobres , 19-11-2017 – 33º Domingo del Tiempo Ordinario).
Frente a la doctrina del Santo Padre y de los textos leidos en esta meditación, es vital, para sostener la vida vicenciana, que asumamos con radical compromiso la misión de amar a los Pobres, pues como afirmó el Papa Francisco: «Esta es la verdadera fortaleza: no los puños cerrados y los brazos cruzados, sino las manos laboriosas y tendidas hacia los pobres, hacia la carne herida del Señor». Y el Sumo Pontífice añadió: «en los pobres, se manifiesta la presencia de Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8,9). Por eso en ellos, en su debilidad, hay una «fuerza salvadora». Y si a los ojos del mundo tienen poco valor, son ellos los que nos abren el camino hacia el cielo, son «nuestro pasaporte para el paraíso». Es para nosotros un deber evangélico cuidar de ellos, que son nuestra verdadera riqueza, y hacerlo no sólo dando pan, sino también partiendo con ellos el pan de la Palabra, pues son sus destinatarios más naturales. Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales».
Por último, es conveniente destacar que quien es el modelo del testimonio de amor a los marginados y la notable inspiración de la Familia Vicentina, es decir, San Vicente de Paúl, también nos enseña que: «Conviene amar a los Pobres con afecto especial, viendo a ellos persona de Cristo mismo y dándoles la importancia que Él mismo daba».
¡Que Nuestra Señora nos ampare para que nunca tratemos a los Pobres con indiferencia, desinterés y falta de amor!
«Pidamos al Señor que toda nuestra vida cristiana sea un luminoso testimonio de su misericordia y de su amor» (Papa Francisco)
João Marcos Andrietta (58 años), pertenece a la Conferencia Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción (Salto – SP) y es portador de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA)
Fuente: http://www.ssvpbrasil.org.br/
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