Jesús es digno de recibir la adoración de todos los pueblos de la tierra. Si los que vienen a adorarlo nos preguntan dónde está, ¿sabremos darles indicaciones?
No pocas veces se oye comentar que hoy en día muchos viven desorientados, careciendo de indicaciones para vivir con lucidez. Lo dicen los preocupados por el futuro de la humanidad. Entre éstos, sin embargo, se cuentan unos con pretensiones de superioridad moral. Y no faltan, por supuesto, algunos con nostalgia de una época supuestamente dorada.
Pero no se trata realmente ni del número de los desorientados ni del motivo de los que comentan. Es cuestión más bien de si estamos listos o no para dar indicaciones a cuantos nos las pidan.
Y siempre habrá personas que nos pidan indicaciones, pues Dios se deja encontrar por quienes no le buscan (Is 65, 1). Probablemente, como designó a Felipe, también nos designará responsables de dar indicaciones a unos buscadores de la verdad (Hech 8, 26-40).
¿Que quiere decir para los cristianos dar indicaciones?
¡Lejos de nosotros hacer lo que Herodes! El rey no tenía intención alguna de dar indicaciones a forasteros quienes, por su pregunta, le hicieron sobresaltar. Quería encontrar al Rey que había nacido para eliminarlo. ¿Qué haría el déspota para llevar a cabo su propósito? Nadie lo sabia. Pero los ciudadanos de Jerusalén se sobresaltaron también, amedrentados de que Herodes desahogara su inseguridad y cólera con ellos.
Los sacerdotes y los escribas hicieron bien en examinar las Escrituras hebreas. Los cristianos debemos buscar también indicaciones en las Sagradas Escrituras. La enseñanzas evángelicas son de suma importancia (RCCM II). En primer lugar, «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo». ¿Acaso no darán mejores indicaciones quienes le conocen? Además, podemos ser guardianes de la verdadera doctrina y la observancia recta solo si las conservamos, meditándolas en nuestros corazones.
Pero no nos basta con saber, conservar y meditar. Dar indicaciones de manera cristiana es acompañar también a los que las piden. Esto supone hacer nosotros todo lo que se pueda, abandonando nuestra zona de comfort, dejando nuestros libros e incluso nuestras oraciones y meditaciones. Entonces nos convertiremos en luz para los que la necesitan, para los que viven en la oscuridad. Así también los que con quienes caminamos se sentirán aún más que los queremos como coherederos y comensales en la Eucaristía. ¿Les sorprenderá saber que no se encuentra Jesús en un palacio ni hay en él nada de mágico?
Señor Jesús, haz que demos indicaciones acertadas a los desorientados. Cuando experimentemos final y personalmente tu epifanía, concédenos oír: «Ésta, –o éste–, es quien nos asistió a encontrarte» (SV.ES IX:241).
6 Enero 2019
Epifanía del Señor
Is 60, 1-6; Efes 3, 2-3a. 5-6; Mt 2, 1-12
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