La siguiente reflexión está tomada de «Praying with Vincent de Paul», de Thomas McKenna, C.M., (2011). pp. 35-37, Meditación 9.
REFLEXIÓN
Dios ama a quien da con alegría, pero también ama a quien recibe con gratitud. La esencia de la humildad es un profundo sentido de que Dios nos lo ha dado todo, y todo es bueno. La humildad nos permite ver todo como un regalo. Así que nos regocijamos, no en nuestra propia obra, sino en la generosidad de Dios. Por ejemplo, María cantó con todo su ser en agradecimiento a Dios por lo que el Dios salvador hizo por ella. Ella se gloría en su confianza en Dios. Su proclamada «humildad» no anula su valor en absoluto. Más bien, ella celebra que Dios la ama y la bendice tal como es, un simple ser humano que no merece ese tremendo amor. La humildad y el agradecimiento se mueven en tándem.
Vicente aprendió la humildad de los pobres a quienes servía. En su propia humildad, muchos de ellos habían descubierto la gratitud de Maríaa. A diferencia de las personas viviendo en la abundancia, las personas pobres experimentaron una necesidad cruda e inmediata. Sabían lo que significaba recibir su pan de cada día. Algunos se volvieron agrios, pero otros dieron gracias y bendiciones. Debido a la grandeza de su necesidad, crecieron agradecidos por las maravillas de Dios, a menudo ignoradas: una corteza de pan, agua limpia, tal vez una manzana. El agradecimiento de los pobres sirvió como un constante recordatorio para Vicente de que incluso los regalos simples son regalos del Dios que nos ama.
Lee meditativamente la sección «La Palabra de Dios» de esta meditación. Considera qué maravillosa bendición es que Dios se haya convertido en un ser humano como tú. Luego reflexiona sobre cuáles son y serán tus cruces: las cruces que llevas por amor. Da gracias a Dios por tu humanidad y por las cruces llevadas en obediencia al llamado al amor.
PALABRA DE DIOS
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:
El cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres
y apareciendo en su porte como hombre;
y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó
y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre.
(Filipenses 2, 5-9)
ORACIÓN CONCLUSIVA:
¡Oh Virgen María!,
en tu Magnificat dijiste
que Dios Todopoderoso hizo grandes cosas por ti
por tu humildad
que miró con favor.
La verdadera práctica de la humildad
está en obediencia a la voluntad de Dios.
Mi señor y mi salvador,
con toda la ternura de mi amor por ti
te pido humildemente esa virtud.
Santa Virgen,
ayúdame a obtener esa gracia de tu Hijo;
espero que, por tu intercesión,
siempre tendré el deseo sincero
de destacar en mi humilde obediencia a la voluntad de Dios
como tú siempre hiciste.
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