Volverá con gran poder y gloria el mismo Jesús que ha subido al cielo. Los que lo aguardan esperanzados y vigliantes y orando no quedarán nunca defraudados.
Habla Jesús de las señales en el sol y la luna y las estrellas. Esas señales, junto con el estruendo del mar y el oleaje, infundirán angustia, espanto y ansiedad en los hombres. Pero según el Maestro también, los discípulos, aun acabándose el mundo, tienen todavía motivo para permanecer esperanzados. Pues les dice él: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Esperanzados debemos permancer, sí, pues el fin del orden presente significará el principio del orden nuevo. Jesús ha inaugurado en este mundo el reino de Dios; vendrá otra vez para llevar a pleno cabo lo inaugurado. Una nube nos lo ha quitado de la vista. Pero lo veremos venir otra vez en una nube, sobremanera majestuoso y glorioso.
Para mantenernos realmente esperanzados, tendremos que estar vigilantes en todo tiempo y orando.
Vigilar es cuidarnos, no sea que hagamos de rico necio o de rico indiferente al pobre Lázaro (Lc 12, 16-20; 16, 19-31).
La vigilancia pide además que estemos al tanto de los acontecimientos en torno nuestro. Sin darnos cuenta de lo que está pasando caeremos víctimas de los secuaces del Padre de la mentira (Jn 8, 44). Llaman ellos a lo bueno malo, a lo malo bueno; tienen la oscuridad por luz, la luz por oscuridad (Is 5, 20). Pero los vigilantes están alertas incluso al uso de palabras peligrosas e incendiarias: «invasión por parte de los inmigrantes», «nacionalismo», «terrorismo» «Islam extremista» (véase Timothy Snyder, On Tyranny).
Y si somos hombres de oración, seremos capaces de todo (SV.ES XI:778). Entre otras cosas, sabremos enojarnos sin pecar (Efes 4, 26) y mantenernos firmes y suaves (Robert P. Maloney, C.M.).
Pero nos resultará mejor que haya unidad entre nuestras oraciones y nuestras obras. Querrá decir que no solo nos encontramos ahí plantados mirando al cielo, sino haciendo también lo mismo que Jesús en su primera venida, esperanzados aun cuando parezca que estamos a punto de perecer (RCCM II:2). Claro, él recorría pueblos y aldeas, anunciando el Evangelio, sanando toda clase de enfermedades y dolencias (Mt 9, 35).
Señor Jesús, que nuestro enorme deseo de comer tu Cena nos lleve a permanecer esperanzados, vigilantes en todo tiempo y orando. Ayúdanos también a seguir tus instrucciones, y haz que se nos llame así: «El Señor es nuestra justicia».
2 Diciembre 2018
Domingo 1º de Adviento (C)
Jer 33, 14-16; 1 Tes 3, 12 – 4, 2; Lc 21, 25-28. 34-36
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