Jesucristo es Rey. Pero su realeza, la que quiere compartir con nosotros, no es una cualquiera. Pues ella no procede de este mundo.
Los del sanedrín llevan a Jesús a presencia de Pilato. En parte, acusan a Jesús de andar diciéndose el Mesías Rey (Lc 23, 2), es decir, Cristo Rey. Y se pone de lado de ellos la muchedumbre, a la que soliviantan para que pida la muerte del acusado. Así pues, todos ellos ponen en duda, por lo visto, la realeza mesiánica de Jesús.
Pilato, sin embargo, no toma en serio la acusación contra Jesús. Dice repetidamente que no encuentra en él ninguna culpa. Le pregunta, sí: «¿Eres tú el rey de los judíos?», pero no le interesa realmente la verdad. Después de todo, la renegará, entregándole a Jesús a los sumos sacerdotes, para que lo crucifiquen.
La verdad, pues, de que no es culpable Jesús, ésta no le importa a Pilato. Le importan solo sus intereses y ascensos. Le da miedo pensar en que posiblemente pierda el poder. De verdad, al igual que los sumos sacerdotes, no tiene más rey que al César. Pilato es siervo del Poder y del Dinero que se acapara por medio de mentiras, violencia, opresión y explotación incluso de los más indefensos.
Así que nadie de los que toman parte en el juicio de Jesús cree en su realeza. Y nosotros que nos decimos cristianos, ¿qué? ¿Creemos realmente en Cristo Rey?
El reino, la realeza, de Jesús no es de este mundo.
¿Seguros estamos nosotros de que no nos ajustamos a este mundo? Los reyes y jefes de los gentiles tiranizan a sus súbditos y los oprimen los grandes. ¿No es así realmente entre nosotros? ¿Acaso no hemos hecho nuestra la forma de comportar propia del imperio romano?
Quiere Jesús que entendamos y aceptemos la verdad de que participar de su realeza no es ser servido. Es, más bien, servir y entregar nuestra vida por los demás. La grandeza propia de la realeza cristiana está en la servidumbre humilde; ser primero como Cristo Rey es ser esclavo de todos.
Y este mundo tiene experiencia aquí y ahora de la realeza de Cristo mientras asistimos a los pobres. Mientras nos comprometemos con nuestros «amos» y «reyes» (SV.ES IX:1137), amándolos como nos ama Jesús. Hasta el extremo y con amor infinitamente inventivo que nos asegura de su presencia real entre nosotros (SV.ES XI:65), de la presencia de su realeza que no acabará. Haciendo esto, somos además, como el Testigo fiel, y como María también y santa Catalina Labouré, testigos de la verdad en este mundo.
Señor Jesús, por el bautismo participamos de tu realeza. Haz que vivamos todo lo que es noble, verdadero, justo, bueno y amable.
25 Noviembre 2018
34º Domingo de T.O. (B) – Jesucristo, Rey del Universo
Dan 7, 13-14; Apoc 1, 5-8; Jn 18, 33b-37
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