Jesús es refugio de los oprimidos. Nos quiere protegiendo a los indefensos. Y nos manda contar a las personas que no cuentan a los ojos del mundo.
Se puede suponer que las mujeres y los niños quedaban sin contar en el mundo herodiano. Pues, Herodes, sin ningún reparo, mandó matar a los niños, de dos años o menos, en Belén y sus alrededores. Es de suponer también que no le molestaban al rey los llantos y los lamentos de madres inconsolables.
La única cosa que le molestaba al rey, por lo visto, era el pensar que podría perder el trono. Por tal pensamiento, se sobresaltó Herodes y todo Jerusalén con él. ¿Acaso no podían los ciudadanos sino contar con él para desahogar su furia, temor e inseguridad de manera atroz?
Lamentablemente, siguen todavía sin contar hoy en día muchas madres y sus niños debido a los temores e inseguridades de unas personas. Debido a la sed inapagable de poder y grandeza por parte de unos líderes. Nos basta con señalar la separación de los niños y sus madres en la frontera entre los EE.UU. y México.
Así que hoy, como ayer, pide Jesús a sus seguidores que procuren hacer contar a las mujeres y a los niños. No se avergüenza él de llamarnos hermanos y hermanas. Es decir, queda claro que todos los miembros de la familia deben contar.
No quiere Jesús que la terquedad humana sea lo que ha de contar.
Nos remite Jesús, sí, al principio. Quiere que lo que ha intentado Dios originalmente prevalezca. Anula, pues, la ley que dice que el marido puede romper el vínculo matrimonial y expulsar de casa a su señora. La mujer, por el contrario, no puede hacer lo mismo. Pero según el plan de Dios desde el principio, el hombre y la mujer son una sola carne. El machismo no tiene cabida en ese plan original. Quiere Dios que el hombre y la mujer compartan una vida de entrega, sin imposición ni sumisión. Hemos de entender, como san Vicente de Paúl, que los hombres y las mujeres son colaboradores en el anuncio del Evangelio.
Jesús no deja de contar tampoco a los niños.
Se indigna Jesús porque sus discípulos les manda a los niños que se larguen de allí. Quizás tengan pensado los discípulos que los niños no tienen nada que aportar al debate en cuestión.
Pero Jesús deja que los niños se acerquen a él. Afirma él el valor de ellos. Encarnan la manera auténtica de aceptar el reino de Dios. Y para destacar su enseñanza, Jesús abraza a los niños y los bendice, imponiéndoles las manos. Así pues, son verdaderos discípulos los que se encargan de los niños expósitos (SV.ES XI:394).
Señor Jesús, te entregaste por nosotros. Haz que aprendamos de ti y estemos listos para entregar nuestro cuerpo y derramar nuestra sangre por los que no cuentan a los ojos del mundo.
7 Octubre 2018
27º Domingo de T.O. (B)
Gén 2, 18-24; Heb 2, 9-11; Mc 10, 2-16
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