Seguimos compartiendo una serie de reflexiones hechas por miembros y colaboradores de Misioneros Laicos Vicencianos y del Cuerpo de Misiones Vicencianas, sobre su experiencia en el servicio, cómo ha impactado en sus vidas y cómo continúan viviendo el Carisma vicenciano en la actualidad.
Ya han pasado seis años desde que viví en una comunidad, siendo parte del Cuerpo de Misiones Vicencianas. Como recién graduada de la Universidad DePaul en aquel momento, había aprendido acerca de las vidas de san Vicente y santa Luisa, y me sentía inspirada en el carisma vicenciano a través de mi participación en la Oficina de Servicio a la Comunidad Vicenciana. Aunque entendía las virtudes vicencianas y mi misión de forma intelectual, no fue hasta que dediqué un año a servir en San Luis como defensora de pacientes de Casa de Salud, que mi corazón abrazó por completo y con un amor ardiente el compromiso de nuestra espiritualidad vicenciana. Como defensora de pacientes, se me pidió que acompañara a inmigrantes, predominantemente latinos, que no tenían seguro o que no tenían suficiente seguro, en sus diferentes entrevistas en toda la ciudad de San Luis.
Muchas veces, se confundía mi papel con el de una intérprete, pero realmente estaba allí para caminar con cada paciente durante el proceso de su cita. En el lapso de mi año de servicio, fui a todo tipo de citas y pasé incontables horas en salas de espera con personas de toda América Latina. Fue en las salas de espera donde escuché las historias de los países de origen, su viaje a los EE.UU., la alegría de la familia, las comidas favoritas, la angustia de la violencia y las injusticias que enfrentan todos los días en una sociedad muchas veces xenófoba. Como hija de inmigrantes de México, estas historias no me impresionaron, pues me resultaron muy familiares, pero en estas salas de espera aprendí el profundo deseo que tiene la gente de que sus historias vitales sean escuchadas y reconocidas, incluso por alguien que pocos momentos antes era una completa extraña. En un mundo que silencia, ignora y olvida a las personas que viven en el margen, aprendí que la simplicidad de escuchar podría ser una manera de que yo fuera reflejo del amor incondicional de Dios.
Aprendí el poder de la presencia y la escucha, al acompañar a otros en sus vidas y sentí una llamada a continuar haciendo esto, más allá de mi tiempo en el Cuerpo de Misiones Vicencianas. Ahora trabajo en la universidad DePaul, en la misma oficina en la que comenzó mi propio viaje vicenciano. Todos los días puedo acompañar a los estudiantes en su formación vicenciana, y sus propios deseos de vivir sus vidas guiados por la pregunta vicenciana: «¿Qué se debe hacer?». Los estudiantes con los que trabajo, que se identifican como Vicencianos en Acción, están comprometidos con un servicio semanal en toda la ciudad de Chicago, y están haciendo las preguntas importantes sobre la justicia en un mundo muchas veces roto. Es una bendición maravillosa poder caminar con estudiantes que creen que otro mundo es posible y están haciendo lo que pueden para construirlo. Ellos me inspiran y desafían a vivir el carisma vicenciano todos los días.
0 comentarios