Jesús es la respuesta definitiva a las plegarias de los que se lamentan de que ya no hay profeta. Así de buscado es un profeta.
Lo buscado que es un profeta, esto lo expresa el lamento: «Ya no vemos nuestros signos ni hay profeta» (Sal 74, 9). Algo parecido se lee en Lam 2, 9. Ambos textos coinciden, en cierto sentido, con el dicho: «Donde no hay visión profética, el pueblo perece» (Prov 29, 18). Y los recitan quienes se sienten abandonados por Dios, aunque no descorazonados completamente, a diferencia de Saúl (1 Sam 28, 5).
Con todo, no es que no haya profeta. Siempre nos lo envía Dios, pero dejamos de reconocer al enviado. Por eso, no lo hemos buscado ni lo hemos escuchado. Y se nos advierte, por tanto, que hay un profeta en medio de nosotros, le hagamos caso o no.
Se nos advierte además que incluso entre los suyos se le puede rechazar a Jesús. Los cristianos, sí, corremos también el riesgo de acabar rechazando al profeta suscitado por Dios en esta etapa final. No es imposible del todo que compartamos con los escribas y fariseos su larga historia de rechazar a los profetas. Fácilmente podemos reaccionar también como sus conciudadanos.
Creen los de Nazaret que conocen a Jesús mejor que nadie. Debido a su conocimiento de él desde niño, no logran soportar el pensamiento de que él es un profeta. A continuación, desconfían de él. Y hasta, según Lucas, tratan a Jesús como a un criminal buscado; intentan despeñarlo. Más adelante, lo prenderán personas con espadas y palos, como a caza de un bandido buscado.
Los verdaderamente de Jesús reconocen al buscado por los hombres de buena voluntad.
Los hombres que ama el Señor no creen que lo saben todo de Jesús. No se presumen de su conocimiento. Son gente sencilla. Por eso, les revela el Padre el misterio de su Hijo. «Es entre ellos, entre esa pobre gente, donde se conserva la verdadera religión, la fe viva» (SV.ES XI:120).
Y les resulta connatural tomar a Jesús como uno de ellos en los sufrimientos y rechazos. Junto con él, pues, se entregan a la voluntad de Dios; porque son débiles, son fuertes. Se muestran dispuestos también a entregar su cuerpo y derramar su sangre por los demás.
Pero reconocen también a Jesús como el profeta que busca la justicia para los pobres. Así pues, acogen como profetas a los que trabajan por causa de la justicia.
Señor Jesús, concédenos reconocerte como el profeta que todas las generaciones han buscado. Haz que no impidamos jamás, a causa de nuestros prejuicios, ambiciones y nuestra falta de fe, tu acción sanadora.
8 Julio 2018
14º Domingo de T.O. (B)
Ez 2, 2-5; 2 Cor 12, 7-10; Mc 6, 1-6
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