Jesús crucificado es la locura divina que es más sabia que la sabiduría humana. Espera él de sus seguidores que sean locos y sabios como él.
Va a casa Jesús. Pero los suyos no lo reciben como lo recibe la gente que se ha agolpado a la puerta. Es que, para sus parientes, Jesús es motivo de vergüenza. Al parecer de ellos, él se cuenta ya entre los locos. Por tanto, vienen a llevárselo.
Pero a la gente le da alegría ver a Jesús. Pues, representa él la esperanza de sanación para los enfermos, endemoniados y locos. Y al atenderles, ni siquiera pueden comer él y sus discípulos. Se están volviendo locos, anteponiendo las necesidades de los demás a las suyas.
Y unos escribas concuerdan con los familiares de Jesús. Lo declaran poseído de Belcebú y expulsando a los demonios por medio del príncipe de los demonios. Efectivamente, a Jesús lo toman también por loco. Y así afirman además algo como: «Los maestros oficiales han hablado, el caso está cerrado».
Pero deja abierta Jesús la discusión. Es que rechaza él la explicación extraña de los letrados, demostrándola bien ilógica. Y a ella se refiere mientras advierte que es imperdonable la blasfemia contra el Espíritu Santo.
No, no tienen perdón quienes, llamando espíritu malo al Espiritu bueno, niegan, entonces, la misión del Espíritu Santo. De ella forma parte importante la remisión de los pecados. No necesitan del Espíritu Santo ni del perdón cuantos pretenden controlarlo. Como si lo pudieran confinar dentro de sus esquemas de pensamiento y moralidad. Pero, realmente, el Espíritu Santo nos supera. No lo guiamos, sino que él nos guía de forma inesperada y desconcertante.
Rechaza Jesús la conclusión de sus parientes y la explicación de los letrados. Así se mantiene del lado de los locos.
Ni los parientes de Jesús ni los escribas lo disuaden de su ministerio. Recorre loco los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando el Evangelio, sanando a los enfermos, endemoniados y locos. Así cumple perfectamente Jesús la voluntad de Dios. Y se acredita él como el Hijo único que está en el seno del Padre.
Y los discípulos íntimos con su Maestro, y con María y el resto de su casa, se acreditan por hacer lo que él. Por eso, ninguno de ellos procura lo propio, sino lo del otro. Gustosamente gastan sus bienes y se consumen por el bien de los demás. Son como los locos que esperan diferentes resultados, haciendo las mismas cosas una y otra vez. Es que siguen perdonando las ofensas del que repetidamente les vuelve a ofender. Y a los verdaderos discípulos les sirve de consuelo y aliento el texto: «Se decía que estaba fuera de sí (SV.ES VIII:60; SV.ES XI:394).
Señor Jesús, loco diste la vida por los pecadores, entregando tu cuerpo y derramando tu sangre. Haz que seamos así de locos.
10 Junio 2018
10º Domingo de Tiempo Ordinario (B)
Gen 3, 9-15; 2 Cor 4, 13 – 5, 1; Mc 3, 20-35
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