Diversos medios de comunicación se han hecho eco del viaje de «la abuela Irma» a Kenya, a trabajar como voluntaria en un orfanato al que apoyó económicamente, y que fue fundado por un misionero de su región, cerca de Venecia (Italia).

La noticia, siempre hermosa, lo es más porque Irma tiene… 93 años. Su nieta publicaba este mensaje en su facebook:

«Esta es mi abuela Irma, una niña de 93 años que se fue esta noche a Kenia. No a una aldea turística con todo hecho, sino a un pueblo de niños, a un orfanato. Os la muestro porque creo que todos debemos mantener siempre un poco de inconsciencia para vivir y no para sobrevivir. Miradla… ¿pero quién la detiene? Yo la amo».

La «Mamy Irma», como ya la ha bautizado la prensa italiana, planea estar en Kenya tres semanas. Pero, según su nieta, «Tal vez ya se quede en Kenia: todo es posible conociendo su gran corazón y su energía».

Su ejemplo nos enseña que no hay edad para hacer el bien. Que no existen prácticamente límites cuando la voluntad es firme y se puede seguir andando, aunque sea con ayuda de un bastón.

A los vicencianos, el ejemplo de «Mamy Irma» nos reata a seguir entregando nuestra vida, no importa lo mayores que seamos: siempre habrá algo que podamos hacer. En nuestro ADN tiene que estar la disponibilidad para la misión, el coraje necesario para seguir ayudando al necesitado con audacia y disponibilidad.

Un vicenciano no se jubila: siempre hay alguna cosa que puede hacer, por pequeña que pueda parecer.