Casa para pobres de todos los pueblos

por | Dic 21, 2017 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús realiza la promesa de Dios al rey David de una casa real perdurable.  Y este reino es para los pobres de todos los pueblos.

Establecido en su palacio y gozando de paz y seguridad, el rey David piensa en construirle a Dios una casa.  Pero la idea santa y piadosa del rey no parece entusiasmar a Dios.  A éste le interesa más construirle una casa a aquél.

Y mejor, sí, que Dios nos construya una casa a los hombres que nosotros, a él.  Pues realmente, ¿qué casa podremos construirle al Creador de cielo y tierra?  El cielo es su trono y la tierra, el estrado de sus pies.  Además, no habita en templos construidos por hombres el Señor de la tierra y de cuanto la llena.

Pero incluso construyéndole algo a Dios como si lo necesitase, aún somos capaces de estropearlo y cuanto tocamos (SV.ES XI:236).  No solo dejamos que los santuarios nos den falsas sensaciones de seguridad.  También convertimos las casas de oración en mercados e, incluso, en cuevas de ladrones.

Necesitamos a Alquien mayor y mejor que nosotros que construya una casa para todos los pueblos que dure para siempre.

Dios es quien puede hacerlo.  Si él no construye la casa, en vano nos cansamos los hombres que la tratamos de construir.  Y, de hecho, enviándonos a su único Hijo, cumple Dios su promesa a David de una casa real eterna.

Jesús es Hijo del Altísimo, pero es hijo de David al mismo tiempo y heredero, por tanto, del trono davídico.  Siendo Hijo del Altísimo, Jesús confiere perpetuidad al reino de David, su padre.  Y este reino es de los pobres.

En otras palabras, es de los que, como san Vicente de Paúl nada tienen sino su fe en Dios.  Saben que él está con ellos, y en él confían.  Por eso, proclaman su grandeza, y se alegran en su Salvador que se fija en su humildad.  Al único sabio Dios dan la gloria por su revelación por medio de Jesucristo.  Humildes y abatidos se estremecen antes sus palabras.

Pero no temen los pobres, pues Dios les fortalece.  Para ellos, Dios es el Poderoso que hace obras grandes por ellos.  Lo importante es la fuerza que los cubre como sombra, es decir, la presencia divina.  No importa que una mujer no sea fecunda o no conozca varón.  Después de todo, no hay nada imposible para Dios.

En la casa que nos das, Señor, preparas para todos los pueblos manjares exquisitos y vinos refinados.  Haz que nuestra participación en tu festín entrañe de verdad un compromiso en favor de los necesitados.

24 Diciembre 2017
Domingo 4º de Adviento (B)
2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Rom 16, 25-27; Lc 1, 26-38

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