No dejará de volver en su gloria Jesús, quien resucitó de entre los muertos y subió al cielo. Claro, él nos quiere vigilantes siempre y diligentes.
Nos exhorta Jesús a todos nosotros a mantenernos vigilantes. Y suena urgente la exhortación, pues queda repetida de varias formas: «Mirad, vigilad, velad».
La urgencia indica, por supuesto, que estar vigilantes es cuestión de vida o muerte espiritual para nosotros. No sea que permanezcamos vigilantes, quedará apagada, muerta, nuestra fe.
Así que se nos urge a estar vigilantes para que vivamos con viveza y gracia la fe, la esperanza y el amor. No, no podemos dejar que se apodere de nosotros la indiferencia, la mediocridad, la apatía o el autoengaño.
En otras palabras, en Jesús debemos centrarnos. Alrededor de él y de su segunda venida ha de girar nuestra vida entera. Y nos hará bien reconocer que el momento es apremiante y que la representación de este mundo se termina. Este reconocimiento tal vez nos lleve a tomar en serio esta recomendación (1 Cor 7, 29-31):
Quienes tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; cuantos están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; quienes negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él.
Pero, cuidado con quienes se sirven de la inminente venida de Jesús como excusa para dejar de trabajar. Se merecen la amonestación: «Si alguno no quiere trabajar, que no coma». De hecho, nuestro Señor nos ha encargado ciertas tareas. No nos quiere dormidos, inertes. Nada más contrario a la exhortación de Jesús que no hacer nada. No debemos ser como aquellos que, «con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más» (SV.ES XI:397). Tenemos que utilizar nuestros talentos. Hay que ayudar a los más pequeños hermanos y hermanas de Cristo.
Sin la gracia de Dios, desde luego, no podemos mantenernos vigilantes.
Sin Jesús, no podemos hacer nada. Reconociéndonos necesitados, pues, y dependientes de él, viviremos con la mirada puesta en él.
Es que él es nuestro Redentor. Por lo tanto, clamaremos a él, diciendo: «Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad». Él, seguramente, los mantendrá firmes hasta el final a los que aguardan su manifestación.
Señor Jesús, estás a la puerte y llamas. Haz que vigilantes y atentos te escuchemos y te abramos la puerta, para que podamos cenar juntos.
3 Diciembre 2017
Domingo 1º de Adviento (B)
Is 63, 16b-17. 19b – 64, 2-7; 1 Cor 1, 3-9; Mc 13, 33-37
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