Estamos actualmente viviendo el 400 aniversario del carisma vicenciano. Es un tiempo de renovación y gracia. 1617 fue el año en que Vicente recibió el Espíritu Santo y obedeció al Espíritu Santo para hacer un cambio radical en su vida.

Fue el mismo Espíritu que inspiró a los Apóstoles a comenzar la misión pública de evangelización en Pentecostés. El Espíritu Santo hizo que los apóstoles se volvieran valientes para proclamar el Evangelio a todas las naciones, incluidos los pobres.

El mismo Vicente vivió con un nuevo fervor después de ese primer sermón de la Misión en Folleville, que lo hizo dedicarse a la misión a los pobres. Vicente se había convertido en un hombre del Espíritu. Siguió la guía del Espíritu Santo, y hoy, 400 años después, los frutos del Espíritu Santo han surgido abundantemente en el carisma vicenciano. San Vicente de Paúl habló sobre la acción del Espíritu Santo: «Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu» (SVP ES XI-3, 411).

San Vicente se convirtió en instrumento del Espíritu Santo, en el espíritu de la misión y la caridad. Los Vicencianos también deberían seguir ese camino de actuar en el Espíritu. Por lo tanto, se requiere que los Vicencianos sean conscientes, escuchen y obedezcan al Espíritu para vivir el espíritu vicenciano en el mundo de hoy.

El día que Jesús fue bautizado en el río Jordán, «el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de una paloma.» Y vino una voz del cielo que decía: «Tú eres mi Hijo, a quien amo, en ti me complazco» (Lc 3, 22). La imagen del Espíritu Santo que desciende en forma de paloma es una experiencia visual: no se confunde con el pensamiento o el sentimiento solo, sino que es una realidad objetiva. Por esta razón, Lucas también presentó el Espíritu Santo como lenguas de fuego sobre los Apóstoles durante el Pentecostés (Hechos 2, 3-4). El Espíritu es la realidad divina que proviene de Dios. En Jesús, el Espíritu Santo viene a potenciar su misión. Es el poder de predicar el Evangelio del Mesías.

El 400 aniversario es un buen momento para regresar a las fuentes y descubrir la vitalidad del carisma vicenciano, profundizar nuestra experiencia de un encuentro con Cristo que proclama el Evangelio a los pobres, una condición necesaria para experimentar la vitalidad de nuestra vocación como vicencianos. Es un tiempo de gracia para que los individuos y las comunidades recuperen la vitalidad del carisma, superen los malentendidos de la historia, rechacen lo obsoleto y lo aburrido. Este es un momento para presentar lo que es «nuevo» de la noble herencia que hemos recibido de San Vicente de Paúl, y para hacer esto de forma creativa.

La ocasión del 400 aniversario del carisma es un momento propicio para que la familia vicenciana participe de la dinámica de la transformación en curso: vivir en amor con los pobres, escuchar su clamor, renovarse en la inspiración mística y caritativa de Vicente y Pablo, y finalmente, a la luz del Espíritu Santo y la necesidad de una nueva historia, reafirmar que el Espíritu es la guía de nuestras vidas y nuestra misión.

Pentecostés transformó a las personas de tímidas a valientes, de temerosas a fuertes, de ignorantes a sabias. Pentecostés es la fiesta de las personas nuevas: nuevas en el pensamiento, nuevas en el lenguaje, nuevas de corazón, nuevas en la pasión por la evangelización y nuevas en la voluntad. El nacimiento de este carisma también hizo que San Vicente estuviera tan lleno de Espíritu Santo en su mente, su razón, su amor, su lenguaje y su corazón que lo hizo convertirse en una nueva persona para los pobres.

Que aquellos que están siguiendo sus pasos y viviendo de ese mismo Espíritu también se sientan inspirados a predicar el Evangelio a los pobres y vivir la caridad con todos los que sufren.