Hacia las periferias de la vida (5): Melilla

por | Ago 13, 2017 | Familia Vicenciana, Noticias, Situaciones de necesidad y respuestas | 0 comentarios

“Muchos no llegan se hunde su sueño, papeles mojados, papeles sin dueño

Amanecemos en la Ciudad Autónoma y nos dirigimos al CETI. Nos recibe su director, Carlos Montero para guiarnos en una visita por las instalaciones. Una vez allí, tenemos la sensación de haber entrado en una ciudad aparte dentro de los muros de la institución. Allí conviven cientos de familias de distintas nacionalidades, acuden al comedor, tienen asistencia sanitaria, dentista, guardería y clases para los niños.

Cuando tenemos la oportunidad de hablar con ellos nos cuentan que son abogados, matemáticos o pintores, lo que nos hace replantearnos lo volátil que es nuestra realidad. Tenemos la sensación de que trabajan día a día por intentar dignificar a cada ser humano, pero nos resulta insuficiente.

El equilibrio en un sitio así es frágil, incluso entre ellos se diferencian clases, religiones y procedencias, así somos las personas.

Después de comer nos dividimos en dos grupos.

Grupo 1: Albergue Conferencias San Vicente

Uno de los grupos se dirige a un albergue para personas en riesgo de exclusión. Como Familia Vicenciana nos sentimos acogidas como en nuestra casa, que es hogar de muchas familias que no pueden costearse una independencia. Allí los reciben, cubren sus necesidades básicas y desde el carisma vicenciano se les acompaña durante su estancia allí. Nos vamos agradecidos de compartir con otra rama de nuestra familia su importante labor en este campo.

Grupo 2: Niños de la calle

Por la tarde nos acoge el proyecto Cañada Viva, allí nos recibe una maestra , Elvira, comprometida con el barrio de La Cañada; su ilusión y alegría nos contagia enseguida. Nos acompaña hasta un parque de La Cañada, donde nos reciben activistas y niños de la calle. Desde el minuto 1 el testimonio de uno de los jóvenes que vivió en la calle nos llegó directo al corazón. Una historia de cómo un niño se convierte en hombre en apenas años, un testimonio donde lo importante es el rostro humano. No hay leyes, solo hay dignidad y humanidad.

Salimos de allí muy interpelados, solo nos ronda por la cabeza ¿qué puedo hacer yo aquí? Enseguida encontramos una respuesta: nos ofrecen ayudar en un reparto nocturno con niños de la calle. Sabemos que nuestra ayuda es un parche, que no vamos a resolver nada, pero sí llegamos a conocer la realidad y a aportar nuestro mínimo granito de arena y nos lanzamos a ello. El reparto de comida se realiza cerca del puerto, donde los niños de la calle esperan hacer “risky”, una práctica con la que arriesgan su vida intentando colarse en los barcos que salen hacia la Península. Cuando llegamos hay alrededor de 50 pero hace un rato, nos cuentan, había unos 100. El panorama es desolador, no nos creemos que esto siga siendo España, que nos sea desconocido.

Menores de 8 años esnifando pegamento, balanceándose de un sitio a otro, hambrientos. En cuanto sacamos un poco de leche y fruta se nos abalanzan. Nos cuesta mantener la sonrisa, pero nos aferramos a sus rostros alegres, saludándonos, agradeciéndonos la comida…

Por muchas palabras que intentáramos escribir explicando lo sucedido anoche, sería imposible; demasiadas emociones, demasiadas escenas de injusticias. Nada más subir a la furgoneta nos sale pedir perdón a Dios por desconocer tal realidad, y nos sentimos como san Vicente de Paul: “Perdón Señor, yo no lo sabía”.

Sigue el relato de este viaje en este enlace.

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