Jesús, el asombroso Hijo del Hombre, nos dejará asombrados incluso en el juicio final. Nos quiere concentrados en él.
Nos queda descubierto por asombroso, entre otras cosas, el modo de enseñar nuevo de Jesús. Enseña él con autoridad, no basada en el poder, según san Gregorio Magno, sino en la conducta. A diferencia de los ensoberbecidos ocupantes de la cátedra mosaica, Jesús hace lo que dice.
Asombra aún más Jesús porque lo que él hace y dice nos resulta desacostumbrado. Afirma él en una ocasión: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!». Añade además: «Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja».
Forman parte, pues, de lo asombroso relacionado a Jesús tal enseñanza y otras que les suenan paradójicas a oídos mundanos. Al mundo lo ponen ellas boca abajo. Así se les advierte a los fuertes a la vez que se les alienta a los débiles.
Asombroso queda manifestado Jesús en sus milagros, andando él, por ejemplo, o haciéndonos andar, sobre el agua en plena tempestad.
Con sus milagros, desde luego, nos deja asombrados Jesús. Son prodigios de misericordia. Mediante ellos, se hace eficazmente concreta la proclamación de la Buena Nueva a nosotros los pobres.
Pero sirven también los milagros para que nos concentremos en el que asombroso nos asegura: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Es que, perdiéndole de vista a Jesús, nos hundimos ciertamente al fijarnos en nosotros mismos y en nuestra seguridad.
Pero igual nos extiende la mano el Salvador, y nos agarra. Hace que nos fijemos en él de nuevo y nos olvidemos de nosotros mismos, que en él está nuestra salvación. Él es la presencia tranquilizante y alentadora del susurro de una brisa suave.
No se conecta, pues, lo asombroso con la turbulencia que causan los violentos. Lo asombroso es sinónimo, más bien, de la paz, propia de los mansos y humildes de corazón. Y, sí, también de los que desearían ser proscritos ellos mismos por el bien de sus hermanos.
Y, al final, se confirmarán dichosos de modo asombroso cuantos no dejan que pase hambre ningún pobre. Disciernen el cuerpo de Cristo en el que asombra a muchas naciones y ante quien cierran la boca los reyes. En otras palabras, le han dado vuelta a la medalla (SV.ES XI:725). Por eso, oirán: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros».
Señor Jesús, no nos dejes ensimismarnos, para que no nos hundamos. Haz que jamás perdamos de vista a ti, asombroso sobremanera.
13 Agosto 2017
19º Domingo del T.O. (A)
1 Re 19, 9a. 11-13a; Rom 9, 1-5; Mt 14, 22-33
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