Jesús, aun sin figura atrayente, es la epifanía del misterio de Dios.
La figura de Jesús hace aparecer por encima (en griego, epiphanein), es decir, en la superficie, el misterio de Dios. Pero nos cuesta a los que estamos aún en el mundo acoger a Jesús.
La ambivalencia del pueblo indica que difícilmente se le explica a Jesús. Su figura deja a la gente perpleja.
Por una parte, asombrados, preguntan sus compatriotas de dónde saca él su saber y sus milagros. Y, por otra parte, se creen conocedores segurísimos de sus padres y hermanos. Apenas harán una decisión, salvo que la provoque una advertencia de Jesús.
Al final, no reciben a Jesús los suyos; su figura no los impresiona suficientemente.
No figura entre los pequeños el grupo de aquellos que desprecian al profeta de la propia casa.
El Padre revela a los pequeños lo que esconde a los sabios. Y así es por su buena voluntad. La elección de los pequeños no depende, entonces, de sus méritos o su bella figura, sino de la gracia.
Y son elegidos, indudablemente, Pedro, Santiago y Juan, pero no por razones meritocráticas mundanas. Por su pequeñez los elige Jesús.
Como los pequeños, los tres se muestran tardos para comprender. No comprende Pedro la predicción de la muerte de Jesús. Pero la insensibilidad y la incomprensión de los pequeños se hacen más patentes en la ambición de los Zebedeo.
Parece, pues, que los discípulos escogidos más se ajustan al mundo que los demás. Los tres, más que nadie, necesitan transformarse por la renovación de la mente. Así discernirán la voluntad de Dios.
Así que les conviene estar en una montaña alta y experimentar la esfera extramundana. Allí, oirán que en el que predice su muerte se concentran la ley y los profetas.
Efectivamente, se les enseña que Jesús es el Hijo del Hombre, al cual se le da reino. Y no deja de serlo aunque manifestado en nuestra carne mortal.
Ven luego los discípulos a nadie más que a Jesús. ¿Sugiere esto que nos fundaremos en invenciones fantásticas si no comprendemos que la gloria de Jesús supone su ignominia?
Y mejor, sí, no contar nada de la exaltación de Jesús no sea que hablemos también de su humillación. Y para remediar nuestra propensión a instalarnos, haciendo chozas y abandonando a los representantes de Jesús (SV.ES XI:725), tenemos la Eucaristía. Recordando la muerte de Cristo, nos llenamos de gracia y recibimos una prenda de la gloria futura.
Señor Jesús, haz que te reconozcamos figura de Dios aun irreconocible ahora en los desfigurados. Que así logremos contemplar eternamente el misterio maravilloso de Dios.
6 Agosto 2017
Transfiguración (A)
Dn 7, 9-10. 13-14; 2 Pe 1, 16-19; Mt 17, 1-9
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