¿Por qué hago lo que hago?

por | Jul 26, 2017 | Formación, John Freund, Reflexiones | 0 Comentarios

¿Por qué «doy la bienvenida al forastero», sirvo en un comedor social, soy voluntario en este o aquel proyecto? ¿Por qué hago lo que hago?

Puede haber muchas respuestas. Algunas respuestas son conscientes. Otras respuestas se ocultan en las profundidades de nuestro inconsciente.

Continuando la reflexión que comenzamos anteriormente sobre un texto escrito por el P. Jim Cormack, CM, ofrezco sus ideas introductorias sobre el ministerio como una llamada.

Él contextualiza su reflexión con pensamientos sobre las preguntas que Vicente podría haberse preguntado a sí mismo.

Para describir el carisma de servicio vincenciano, nos podemos hacer unas cuantas preguntas. Estas preguntas perfilan y dan forma al carisma. Aunque ninguna de ellas es una cita directa de san Vicente, estoy seguro de que son preguntas que él mismo se hizo a sí mismo y a los que reunió a su alrededor para servir a los pobres de Francia durante el siglo XVII. Permítanme plantear estas preguntas para ayudar a resaltar la imagen de lo que significa el carisma de Vicente de Paúl.

MINISTERIO COMO UNA LLAMADA – ¿Por qué hago lo que hago?

Comenzaré con algunas palabras sobre la llamada al ministerio. Es esencial que una persona conozca y experimente su ministerio como consecuencia de una llamada directa del Señor.

Para algunos la llamada sería algo así: Somos amados por el Señor y llamados a vivir una vida de servicio. Nuestra llamada al servicio es la experiencia preeminente en nuestras vidas del amor que Dios nos tiene.

No servimos simplemente porque es bueno hacerlo, o porque es parte de la agenda liberal, o algo que demostrará nuestra bondad.

Servimos primero y principalmente porque hemos sido llamados en el amor, y nuestra respuesta es elegir devolver el amor. No estamos obligados a servir; servimos porque somos del Señor, bendecidos con esta llamada. Esta llamada es vida para nosotros. En resumen, se nos da el don de la vida. Respondemos sí a la llamada tan perctamente como podemos. Entonces estamos llenos de más vida.

Distinguir nuestra llamada requiere fe. Somos creados en el amor, llamados a la vida en el servicio de los demás. Vemos con la claridad de la fe la realidad del Cuerpo Místico. Quizás esto, más que nada, caracterizó el poder de Vicente de Paúl. En los pobres, en los que servimos, vemos y conocemos al Señor. Vemos a Cristo crucificado, sufriendo a menudo en la persona de nuestros hermanos y hermanas quebrantados por el desempleo y la ociosidad forzada; luchando para alimentar, vestir y alojar a sus hijos con pocos ingresos y bajo un desafío constante. Aquellos acosados ​​con los demonios de la enfermedad mental, atados por la adicción a la cocaína, o la pérdida de niños, reflejan los sufrimientos de Jesús. Nuestros hermanos y hermanas para los que la calle o su adicción al alcohol es la única realidad que desean vivir, huyendo del daño y la responsabilidad, son miembros del cuerpo roto de Cristo.

Creemos y, porque creemos, vemos. En la fe, lo que vemos no sólo conduce al miedo o a la repulsión, la ira o la compasión; desde la fe lo que vemos nos lleva al amor. Como hemos sido amados y llamados, también amamos. A medida que amamos al Señor crucificado, cuya vida se derrama por nosotros, también amamos a nuestros hermanos y hermanas en quienes vemos al Señor, y así servimos.

A medida que servimos, descubrimos que nuestro servicio nos lleva a la fe. Servimos y nuestra fe se encarna. Con la fe encarnada vemos y, viendo, somos llamados a amar. Al amar debemos servir. Nuestro servicio es a veces vacilante, temeroso, siempre incompleto. Pero, a medida que servimos, descubrimos al Señor y nuestra llamada. Servimos, y nuestra llamada se ve animada y vigorizada. Profundizamos nuestra fe; nuestra visión se amplía; nuestras oportunidades de amar se hacen más profundas y llenas, y en todo esto estamos llenos de vida.

La siguiente oración de Tyler Russell en situaciones de motivaciones mixtas puede ser útil a medida que nos encontramos con respuestas a la pregunta «¿Por qué hago lo que hago?».

Dios Uno y Trino, ayúdame en mi servicio. Trabaja conmigo, y cuando me olvide de la razón por la que hago lo que hago, vuélveme a llamar a Tu corazón. Sin ti, no puedo hacer absolutamente nada. Sin ti, tan solo me serviré a mí mismo, en lugar de a los demás. Recibe estas obras, Dios, y recibe cualquier afecto que mi pobre corazón pueda ofrecer, porque tú eres su legítimo dueño, aun cuando se le olvide.

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