Jesús es la paciencia de Dios. Dios es, sin duda, grande y hace maravillas. Pero es compasivo al mismo tiempo.
Nos hace falta la paciencia a los que tenemos prisa. Poco extraña, pues, que frecuentemos los restaurantes de comida rápida.
Además, no nos gustan las filas largas de gente en el banco u otro lugar. Así que sin paciencia para estar esperando, nos dispensamos de tratos personales. Y nos conformamos con el servicio impersonal de ciertas aplicaciones para teléfonos móviles o de otras herramientas tecnológicas. Nos ahorran tiempo.
Así, pues, los apresurados, y con poca paciencia, buscamos realizarnos rápido, dándonos cuenta de que no tenemos tiempo de sobra. Efectivamente, nos delatamos desgarrados entre la facticidad y la posibilidad. Esto, a su vez, demuestra que carecemos de la cualidad de absoluto.
Dios, en cambio, es absoluto. Es decir que fuera de él, no hay otro dios al cuidado de todo. Y lo admirable es que la soberanía universal del que es el principio de justicia le hace perdonar a todos.
Y el Dios del ejemplo y la enseñanza de Jesús es el mismo todopoderoso que tiene paciencia con los pecadores. Imagen exacta de él es el amigo, sin vergüenza, de los publicanos y pecadores. Jesús se describe cual amo calmado que instruye a los impetuosos: «No, que podríais arrancar también el trigo».
Tal descripción es bien apta para la gente sencilla del campo, cuya forma de ser y pensar varía de la de los entendidos. Jesús, el Hijo del Hombre, es la personificación de un Dios asequible de parte de los humildes: palpable y entrañable, más que inteligible de modo lógico.
Y las gentes pequeñas necesitan oír precisamente que su paciencia en medio de adversidades no es en vano.
Les da a entender Jesús, sí, que la paciencia de los sufridos es semejante a la del Hijo del Hombre. Éste tolera mientras tanto los partidarios del Maligno y espera con paciencia el fin del tiempo.
Cuando el tiempo llegue a su fin, entonces los ensimismados también llevarán a pleno y penoso cabo su opción fundamental. Siempre indiferentes a los demás, acabarán en soledad perpetua. Quienes entran allí abandonan toda esperanza.
Y les indica además Jesús a los pequeños que de su pequeñez Dios hará brotar imparable algo grande y de consecuencia. Serán ellos una fuerza fermentadora para el bien.
Señor Jesús, haz que tengamos paciencia con nosotros mismos. Concédenos hacer de la desconfianza en las propias fuerzas el fundamento de la confianza en Dios (SV.ES III:124). Líbranos de todo pensamiento presuntuoso de que la Eucaristía es un premio para los perfectos que los débiles jamás se merecen (cfr. EG 47). Que siempre reconozcamos que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.
23 Julio 2017
16º Domingo del T.O. (A)
Sab 12, 13. 16-19; Rom 8, 26-27; Mt 13, 24-43
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