El servicio es la actitud fundamental que gobierna toda la vida humana. El servicio pertenece al Espíritu Santo, que se ofrece a sí mismo en una unión amorosa entre el Padre y el Hijo, así como la unión de todos en Dios. El servicio es también una elección básica y un objetivo para vivir para Dios y los demás como Cristo, que nos da Su Espíritu (cf Mt 20, 28). El servicio del Espíritu Santo es esencialmente la edificación del misterioso cuerpo de Cristo (Ef 4, 12), todo lo cual está dirigido a la edificación de la Iglesia (cf 1 Cor 14, 26) y no es lo mismo que los otros servicios del mundo (Mt 20, 24-28). El servicio en el Espíritu Santo es:
- Servicio en el espíritu único: Las personas del Espíritu Santo vigilan siempre sus propias acciones y palabras, así como las de otros, para evitar separaciones o divisiones dentro de la iglesia o comunidad. San Vicente dijo muy claramente sobre esto: «Vivamos sencillos y cordiales hacia los hermanos y hermanas para que la gente no reconozca a los superiores cuando vivimos juntos» (SV VI, 66). Todas las disputas, desacuerdos, divisiones son causadas por los instigadores del diablo. Así, la gente del Espíritu Santo está «persiguiendo lo que trae la paz y la mutua edificación» (Rom 14, 19).
- El servicio desinteresado para el amor: El Espíritu Santo es la persona de entrega de sí mismo. Siempre nos urge a servir por amor, no exigiendo, no esperando una respuesta, no temeroso de desventaja, no cerrándonos ante un ingrato, no deprimido ante un indiferente, «por favor sirva como si sirviera a Dios, no al hombre» (Ep 6, 7). Santa Luisa de Marillac enseñó a las Hijas de la Caridad: «Mis queridas hermanas, ustedes se ven como mulas de la casa».
- Servicio modesto y silencioso: El Espíritu Santo es como la profundidad de Dios, por lo que no acepta la fanfarria superficial, ni el modo de darse bombo a sí mismo a través de buenas obras. Siempre está escondido, en silencio, suave, sin imponer. Pensemos en ello por San Vicente: «no penséis en la historia de uno mismo, sino en la historia de los pobres y de la comunidad» (SV I, 185). El servicio es la actitud del siervo no por el carácter de los gobiernos, siempre nos reconocemos como «siervos inútiles, haciendo sólo nuestro deber» (Lc 17, 10).
- Servicio en el espíritu de renuncia: la renuncia es un requisito previo del discípulo de Cristo, y también el punto focal final para conformarse con él (cf Mc 10, 45). No se puede servir por la emoción o la preferencia personal, ya que se sirve arbitraria e indebidamente. Tampoco se puede servir como crítica, resistencia, insistencia seguir nuestro ideal. Decir esto no significa no dar sugerencias constructivas, no expresar la opinión correcta, no evaluar y revisar. Las experiencias de San Vicente nos lo muestran: «busquen consejo, saben que Dios habla a través de los demás» (SV IV, 35)… Pero es importante saber qué renunciar para que el Espíritu Santo pueda dar nueva vida a nuestra comunidad.
- El servicio en el espíritu de renuncia es también servir en pobreza, como Jesús (Lc 9, 58), que escogió el camino de la cruz. Él mismo rechazó firmemente el camino del éxito, el poder y la influencia. Él eligió el camino del abajamiento, de la humildad, el camino de los pobres. «El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, para proclamar libertad a los cautivos, nueva vista para los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar el año de misericordia del Señor» (Lc 4, 18-19). Lo propio de la persona del Espíritu Santo es la misma de un pobre: elegir el fracaso en vez del poder, elegir ser despreciado más que la fama, optar por no buscar el resultado y las alabanzas, y sólo ser reconocido y amado por Dios.
Nosotros, los vicencianos, también somos invitados a convertirnos a la persona del Espíritu Santo. Seguir el carisma vicentino nos ayuda a servir mejor a los pobres. Así pues, todo el mundo necesita el Espíritu Santo para dirigirnos en todo, para poder vivir y servir a otros en el espíritu vicenciano.
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