Jesús resucitado es el amanecer nacido de lo alto. Amándolo nosotros y guardando su palabra, se nos deshará la oscuridad.
María Magdalena va al sepulcro al amanecer. Viendo abierto el sepulcro, se preocupa al igual que los líderes religiosos. Les preocupa que ocurra robo del cuerpo de Jesús.
Pero la preocupación de María Magdalena brota del amor. Así que, luego de enterarles apresuradamente a Pedro y al otro discípulo, vuelve ella al sepulcro. Probablemente, lo hace rápido, para alcanzar a los discípulos que van corriendo.
Y se queda ella enfrente del sepulcro aun después de volverse a casa los discípulos. Según el relato de Mateo, José de Arimatea «se marchó» también luego de dar sepultura a Jesús. Mientras tanto, «María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro».
Estando sola frente al sepulcro, llora María Magdalena. Por lo visto, el amanecer no ha disipado completamente la oscuridad; incluso confunde ella a Jesús con el hortelano. Pero mira Jesús con benevolencia el amor de María. La llama por su nombre, y al volverse, ella contesta: «¡Raboni!». Y le dice el Maestro: «Suéltame». Así se nos sugiere que postrada le ha abrazado ella los pies.
Halla, sí, el amor que aspira a los bienes de arriba. Además, el amanecer les resulta plenamente iluminador a quienes aman así. Es el caso referente a María, sola, y a María, acompañada de la otra María, según el evangelista Mateo. Ambas se ven favorecidas luego con la noticia angélica de que Jesús ha resucitado.
El amanecer es igualmente iluminador para los que regresan a la fuente.
Los discípulos tampoco encuentran el cuerpo de Jesús. Pero no les parece que haya habido robo. Lo desmienten «las vendas en el suelo» y el sudario, «no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte».
Cierto, nada se dice de Pedro, pero del otro discípulo leemos: «vio y creyó». Dice además el relato que logran entender la Escritura sobre la resurrección inevitable del Crucificado.
Así que, sin decir nada, hablan muy bien los discípulos. Desafían a todo creyente, representado por el discípulo anónimo. Nos animan a volver a los profetas, a guardar la palabra viva y vivificadora de Dios. Y si hacemos caso de ella, se nos garantizará la fe en el Resucitado.
Y esta Palabra es Jesús. Comiendo su carne y bebiendo su sangre, tenemos vida en nosotos. Sus principios, además, y los ejemplos de su vida «nunca nos llevan al desastre» (SV.ES II:237).
Si retornamos a la fuente que nos da Jesús, él se reecontrará con nosotros en Galilea. Allí nos hablará de nuevo con amor entrañable. Y le responderemos como en nuestra juventud.
Señor, concédenos guardar tu amor y tu palabra, para que no probemos la muerte jamás. Ojalá gocemos de tu amanecer eterno.
16 April 2017
Domingo de Pascua de Resurrección
Hech 10, 34a. 37-43; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9/ Mt 28, 1-10
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