Al acoger a los marginados, Jesús refleja a Dios invisible. Ese Dios escucha a los pobres, haciendo justicia al huérfano y a la viuda, y amando al forastero.
Jesús no es como aquellos que andan con anteojeras. Al pasar, ve a un mendigo ciego que está al borde del camino. Y nada más verlo, se adelanta a acoger al ciego. A continuación, cual Creador, o alfarero, que obra con la arcilla, pone en marcha la sanación del desvalido.
De hecho, más que ver, mira Jesús, de la misma manera que escucha en lugar de oír simplemente. Así enseña el que es la luz del mundo un proceder diferente. Impide asimimo que la noche supere al día.
Los discípulos ven también al ciego. Pero lo ven desde la curiosidad: «Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres …?».
Es decir, los discípulos, en lugar de acoger al ciego, lo reducen a un mero símbolo del pecado. Se basan, claro, en la creencia popular de que toda aflicción humana es castigo divino de algún pecado cometido.
Así piensan también los fariseos, si bien se toman por más sabios que el resto del pueblo. Despliegan tal pensar al improperarle al que acaba de adquirir la vista. Le dicen: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».
No son capaces de acoger al mendigo ni quienes piensan así ni los con pretensiones de superioridad. ¿No tienden ellos a mostrarse amedrentadores y firmes con alguien débil, pero amables y suaves con el que es fuerte?
Pero menos capaces aún de acoger al de poca monta son aquellos que exigen que la realidad ceda a sus presunciones. Ellos mismos constituyen la única verdad que conocen. Instalados en sus propias presunciones, no pueden acoger a nadie más que a sí mismos.
Y nosotros los cristianos y además vicentinos, ¿verdaderamente capaces somos de acoger a alguien más que a nosotros mismos?
Vale hacer la susodicha pregunta y otras más. ¿Acaso no nos fabricamos también «hechos alternativos»? ¿Estamos del lado del que abre los ojos a los ciegos? Él nos quiere vivos y sanos, para que demos gloria a Dios.
¿Miramos además como san Vicente de Paúl? Éste nos demuestra que no debemos fijarnos en las apariencias de los pobres. Mirándolos con las luces de la fe, descubriremos que son ellos quienes representan a Jesús, que quiso ser pobre (SV.ES XI:725). No nos debe importar que sean vulgares y groseros, sin la figura ni el espíritu de las personas educadas.
Concédenos, Señor Jesús, acoger a los marginados y así caminar como hijos de la luz. Acógenos algún día al Sagrado Banquete del Reino.
26 Marzo 2017
Domingo 4º de Cuaresma (A)
1 Sam 16, 1b. 6-7. 10-13a; Efes 5, 8-14; Jn 9, 1-41
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