Cristo es nuestra paz. Derriba él, mediante su sacrificio, el muro de odio que nos separa unos de otros.
Son la justicia y la paz lo que pretende el mandamiento: «Ojo por ojo, diente por diente». Prohíbe tal venganza como la de Lamec. Éste se jacta: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz».
Así pues, Lamec desea devolver al prójimo más de los daños recibidos. Esta clase de retribución queda claramente prohibida por la ley mosaica. Se puede preguntar además: ¿Acaso habrá siquiera un mínimo de paz allí donde así de vengativos sean los ciudadanos? ¿No se multiplicarán cada vez más y con más violencia las acciones vengativas?
Busca poner fin Jesús precisamente a la espiral de venganzas y violencias. Por eso, les llama a los discípulos a la perfección del Padre celestial. El Padre «hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos».
Por tanto, los discípulos debemos ir más allá de la justicia retributiva de la ley. Nos corresponde ser santos a los que somos templos de Dios. En otras palabras, hemos de ir a la raíz del mal y arrancarla «con el desequilibrio del amor».
Por supuesto, suscribimos las enseñanzas que nos comunica la primera lectura en la Eucaristía de este domingo. Y no cuestionamos el dicho sabio: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer» (Prov 25, 21). Tampoco desconocemos el precepto de que tenemos que socorrerle incluso al asno de un enemigo (Ex 23, 5). Pero, ¿no preferimos nutrirnos de los salmos de venganza como los Salmos 58, 94, 109 y 137?
Y acaso, ¿no es por eso, por hacer frente a los que nos agravian, que llegamos del bipartidismo al partidismo? ¿De la cooperación a la obstrucción? ¿Del respeto de la verdad a la apatía ante las mentiras? ¿No nos hemos convertido ya en la generación de la «“posverdad”»?
Se nos dice que se hace la guerra para que haya paz. Pero, ¡vaya paz que ha producido la guerra sin fin en Iraq o Afganistán! ¿No nos toca tomar más en serio el amor a los enemigos?
De acuerdo, sí, con la enseñanza de Jesús, contribuiremos a que el mal se corte de raíz solo si hacemos lo que él. Entregó su cuerpo y derramó su sangre por nosotros, por nuestra paz. Y tomó por prójimo incluso al samaritano odiado.
Y referente a la imitación de Jesús, Dios, según san Vicente de Paúl, bendice mejor los comienzos más humildes (SV.ES II:263).
Concédenos, Señor, vivir en paz, sin devolver a nadie mal por mal.
19 Febrero 2017
7º Domingo de T.O. (A)
Lev 19, 1-2. 17-18; 1 Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48
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