La Palabra creadora y sostenedora, hecha carne y acampada entre nosotros, es la luz verdadera que alumbra a todo hombre.
El oráculo consolador por boca del profeta Isaías queda cumplido con la venida de Jesús. En él también, la luz grande que vieron los que caminaban en las tinieblas alcanza el absoluto y pleno resplandor. No nos ilumina ahora luz cualquiera, sino el que es reflejo de la gloria de Dios.
En esta etapa final, sí, el que habita en la luz inaccesible se hace asequible por su Hijo. Jesús es la Palabra eterna que se hace carne y acampa entre nosotros. Por eso, contemplar la gloria del Hijo es contemplar la gloria del Padre. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado.
Así que contemplamos cara a cara a Dios contemplando a su Hijo, no a los profetas. Y es por eso que más que a los judíos, les toca a los cristianos cantar a coro. Cantamos juntos un cántico nuevo, pues Cristo nos trae plenitud de consuelo, victoria, justicia, misericordia, fidelidad y luz. Alegres celebramos «la mejor noticia de toda la historia de la humanidad» (Pregón de Navidad).
Solo los que dan testimonio creíble de la luz y la plenitud de Cristo cantan y celebran auténticamente.
En primer lugar, los verdaderos discípulos saben que no se trata de ellos, sino de Jesús. Como Juan, reconocen que ellos no son la luz; solo son testigos de la luz. Nada hacen, pues, para que los vea la gente, ni por vana complacencia (RCCM XII:3).
En segundo lugar, les importan más la gracia y la verdad de Jesúcristo que la ley mosaica. Por eso, procuran que su justicia supere la de los escribas y fariseos. Por tanto, no matan ni se divorcian ni cometen adulterio. Más allá de todo esto, no dejan que insultos, la lujuria e historias inventadas se conviertan en la nueva normalidad.
Ni se conforman con «Ojo por ojo …». Más bien, no hacen frente a quienes los agravian. Aman a sus enemigos.
Y se esfuerzan los verdaderos cristianos por promover la paz cristiana, más que la paz romana. La última es la mera ausencia de la guerra y surge de la hegemonía despótica romana. El citado Pregón se refiere, sí, a la paz romana. Quizás ella es algo como la cizaña que hay que aguantar con paciencia para no dañar el trigo. Pero siempre es más deseable la paz cristiana, la que es obra de la justicia (GS 78).
Están en la luz, además, quienes en su ágape no dejan a ningún pobre pasar hambre.
Concédenos, Señor, caminar en tu luz, convencidos de que tú eres nuestra plenitud: «nuestro padre, nuestra madre y nuestro todo» (SV.ES V:511).
25 Diciembre 2016
Navidad – Misa del Día
Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18
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