Viene el Hijo del Hombre y no quiere que su venida nos pille desprevenidos.
No sabemos ni el día ni la hora de la venida de nuestro Señor. Por eso, tenemos que estar continuamente en vela y siempre preparados.
Sí, quiere Jesús que nos enfoquemos en su venida. Y esto, por supuesto, nos resultaría difícil de hacer si supiésemos cuándo llegaría él. Es que si tuviéramos conocimiento exacto de su venida, fijaríamos un horario de vela. Así tendríamos tiempo para otros asuntos.
Pero Jesús busca precisamente que nosotros estemos totalmente pendientes de su venida. No le gusta que nos distraigamos de nuestra vela, celebrando acontecimientos importantes o cumpliendo nuestras faenas.
Jesús espera también vernos a los cristianos cultivar una actitud de preparación. Nos quiere con opción fundamental por él, orientados cada vez más hacia él e íntimamente familarizados con su venida. Pero como toda virtud, todo esto se hace posible solo con la práctica constante.
Difícilmente estaremos preparados para la venida de Jesús no sea que percibamos su presencia misteriosa hoy día.
Pretende Jesús que ha venido a darles plenitud a la ley y los profetas. ¿Lo vislumbramos en los que son justos y misericordiosos de forma radical? No insultan ni menosprecian a nadie. No son agresivos ni vengativos.
Les dice Jesús a sus críticos que ha venido a llamar a los pecadores. Seguramente, donde se les acoge a los pecadores, allí está él.
Ha venido Jesús a prender fuego en el mundo y a traer la división. Se presenta él mediante aquellos que, abrasados por su fuego, pasan anunciando el Evangelio de palabra y de obra (SV.ES XI:393). Insistiendo en las enseñanzas más importantes de la ley, entran en conflicto con las autoridades.
También ha venido Jesús para servir y dar su vida por todos. La Iglesia que sigue su ejemplo es verdaderamente su sacramento.
Ha venido además Jesús como la luz. Está él en medio de los que caminan en su luz, conduciéndose en pleno día, con dignidad.
Y quienes, viven de la palabra divina, por la que se manifiesta la voluntad divina, nos recuerdan al Hijo de María. Él ha bajado del cielo para hacer la voluntad del que lo envió. Se alimenta haciendo la voluntad de Dios y llevando a término su obra. Por eso, Dios le concede el nombre de «Pan del cielo». Participando dignamente de la mesa de su palabra y de su cuerpo y su sangre, viviremos para siempre.
Y la participación digna supone discernimiento del cuerpo de Cristo en los pobres. Cuantos lo tienen le harán caso al Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, aun encontrándose ellos en medio de sus celebraciones y faenas.
Señor Jesús, concédenos reconocerte en los pobres. Que sean nuestros intercesores delante de ti (SV.ES IX:241)
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