Huésped que exige justicia y amor

por | Oct 27, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 Comentarios

El Hijo del Dios santísimo se hace carne y se aloja en nuestra casa como huésped salvador.  Quiere que nos convirtamos.

Enseña Jesús que les va a ser difícil a los ricos entrar en el reino de Dios.  Los fariseos, por su parte, toman a los publicanos por pecadores que hay que proscribir; uno no puede ser huésped de ellos.  Es por eso que se puede decir que Zaqueo, jefe de publicanos y rico, corre doble riesgo de perdición.

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Con todo, queda tratado cordialmente el de baja estatura que se ha subido a un árbol buscando ver a Jesús.  Le dice Jesús:  «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».  Así que, sin más, se presenta Jesús como huésped no invitado.

Así concreta quizás Jesús su enseñanza:  «Quien busca, halla».  Pero seguramente así se nos aclara que incluso el peor pecador está al alcance del Buscador y Salvador del perdido.  Ofrece todavía la oportunidad para convertirse al que es o parece totalmente despreciable e insalvable.

De hecho, hay personas irreligiosas que van delante de los observantes religiosos hacia el reino de Dios.  Y no son pocos los ricos que demuestran que han pasado, por lo visto, por el ojo de una aguja.  Pero sean los convertidos del primer grupo o del segundo, su conversión significa un compromiso en favor de los pobres.

Se les requiere, sí, a los que tenemos a Jesús por huésped que nos conformemos con él y sus enseñanzas.

Las bienaventuranzas constituyen la enseñanza fundamental de Jesús.  Ellas describen también con acierto lo propio de su vida y su ministerio.  Por tanto, los que nos decimos convertidos a Jesús nos acreditamos por nuestra conformidad con las bienaventuranzas.  Viviéndolas, también nos mostramos dignos de nuestra vocación.

Conformándonos con las bienaventuranzas, dejaremos de ser irreligiosos o ricos indiferentes.  Y así la presencia  de nuestro huésped, nos resultará salvadora.  Sí, nuestro hospedaje de Jesús es auténtico en la medida en que llevamos una vida de justicia y amor.  No como las encuentra deja Jesús las cosas en la casa de pecadores en la que se aloja.  Exige que de todas las maneras asistan también a los pobres quienes lo hospedan (véase SV.ES XI:393).

Ante Jesús, siempre seremos pequeños de estatura, claro, o como un grano de arena en la balanza.  Pero, ¿qué más da?  Basta que él declare que ha llegado la salvación a nuestra casa, que también somos hijos del Padre de los creyentes.  Y hospedándole a Jesús en la persona de los pobres, esperamos el día cuando seremos sus convidados en el banquete celestial.

Señor, que los pecadores nos convirtamos, para que los malvados no existan más.

30 de octubre de 2016
31º Domingo de T.O. (C)
Sab 11, 23 – 12, 2; 2 Tes 1, 11 – 2, 2; Lc 19, 1-10

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