«Pido a Nuestro Señor que…, nos conceda la gracia de mirar todas las cosas tal como son en Dios, y no tal como aparecen fuera de Él, pues de lo contrario podríamos engañarnos y obrar de manera diferente de como Él quiere» (VII, 331). «¡Oh Salvador mío y Dios mío! ¡Concédenos la gracia de mirar estas cosas con los mismos ojos con que tú las miras!» (XI, 394).
Vicente de Paúl.
Reflexión:
- Dos pensamientos de diferentes épocas de la vida de San Vicente que dejan traslucir la misma idea. Ambas encabezadas por sendas expresiones de petición: “Pido a Nuestro Señor” y “¡Oh Salvador mío y Dios mío!”. Una petición que incluye en sí mismo “deseo y súplica”. Deseo de lograrlo; súplica, para no quedar en el camino. En medio una típica forma de expresarse el sr. Vicente, especialmente la segunda, a la que tan aficionado era: “¡Oh Salvador mío y Dios mío!”.
- “Mirar todas las cosas tal como son en Dios y no fuera de Él”. Quizá debiéramos hablar del “Plan o Proyecto de Dios”. Quizá, al final, debemos identificarlo con el “Reinado de Dios”. Porque una de las claves del seguimiento de Jesucristo es, precisamente, anunciar a la humanidad que esa situación ya ha comenzado, aun cuando nos quede por delante una eternidad (una inmensa dosis de calidad) para hacerla extensiva a todos los hombres y mujeres.
- “Mirar estas cosas con los mismos ojos con que tú las miras”. El Reinado de Dios nos pide mirar la realidad desde su perspectiva, no desde la nuestra, o, lo que a mi modo de ver sería lo mismo: hacer nuestra la mirada de Dios. Una mirada que, como dice el papa Francisco, es, por encima de todo, misericordiosa y festiva. Misericordiosa porque cabemos todos; festiva porque es un reinado celebrativo. Bien lo supo Jesús de Nazareth que, además, de orar y cuidar de quien lo precisaba, no se perdía una fiesta (bebida, presencia de mujeres y baile incluido).
- Porque sin esta mirada divina “podríamos engañarnos”, es decir, podríamos dejar de “oler a oveja”, “subirnos a la parra”, convertirnos de mensajeros en mensaje… y, con todo ello “obrar de manera diferente” y de “misericordiosos” pasar a “enjuiciadores”, de “festivos” convertirnos en “aburridos”. Al final, una Iglesia inquisitorial y oscurantista, unas instituciones plagadas de normas y condenas, unas comunidades muy limpias pero con frío en su interior. Bien cantaba Cantalapiedra: “nos fuimos de la casa de mi amigo en busca de sus huellas”.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Dónde está puesta mi mirada ante los acontecimientos de la vida?
- ¿Cómo afronto la posibilidad de ver con la mirada de Dios?
- ¿Es mi anuncio misericordioso y festivo?
- ¿Son las comunidades vicencianas signo de esta mirada?
- ¿Tengo algún proyecto vital para mejorar mi visión?
Mitxel Olabuenaga, C.M.
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