Jesús, nuestra paz, derriba el muro de enemistad entre los judíos, los samaritanos y los demás pueblos.
Los judíos y los samaritanos se odian unos a otros. Por tanto, un grupo toma al otro por incapaz de hacer algo bueno. Cuando prevalece tal enemistad, la buena acción de un despreciado constituye una oportunidad para enseñarles a los despreciadores.
Aprovecha Jesús la fe salvadora y agradecida del samaritano para indicar que la salvación es para todos: judíos, samaritanos, gentiles. Efectivamente, advierte él asimismo que es posible de verdad que los samaritanos y las prostitutas entren en el reino de Dios antes que aquellos que los desprecian.
La advertencia sigue siendo válida.
Hoy día, desde luego, no faltan autocomplacientes ni en la sociedad ni en la Iglesia. Ésos se creen con derecho a todo bien e insisten en sus privilegios por razón de raza o rango jerárquico. Por eso, no tienen por qué dar gracias a alguien.
Esos individuos ostentan su riqueza y no se cansan de repetir : «Yo soy rico». Declaran también que poseen toda verdad y que la dicen siempre, al mismo tiempo que llaman mentiroso a todo oponente. Creen que se lo saben todo y que son los únicos que pueden arreglar las cosas.
Y siempre encuentran a gente que les sirva de samaritanos proscritos. Esas gentes son los extranjeros a quienes se les acusa de cruzar fronteras para cometer crímenes atroces. Creen, pues, los acusadores que un abismo inmenso o un muro muy alto los protegerá de tales criminales. Nunca se les ocurre a los autosuficientes pensar que tal vez su opulencia se deba en parte a inmigrantes pobres.
Ni menos serán capaces esos acomodados de admitir algo parecido a lo dicho por san Vicente de Paúl. Admitió éste que «vivimos … del sudor de los pobres», que el pan que comemos nos «viene del trabajo de los pobres» (SV.ES XI:121).
A imitación de Jesús
El santo servía de puente entre los ricos y los pobres. Los satisfechos de sí mismos, por su parte, dividen.
Los últimos quieren un abismo inmenso o un muro muy alto. Dividen para vencer, la política de los que vienen para que le sirvan los demás.
El primero, en cambio, imitaba al que había venido para servir. Hubo un atentado contra éste de parte de los que nada entendían de la sanación del sirio Naamán. Al final, entregó Jesús su cuerpo y derramó su sangre para rescatar incluso a los samaritanos. Permanece fiel incluso a los infieles, porque no puede negarse a sí mismo.
Concédenos, Señor, participar en el festín de manjares suculentos y vinos añejos que tienes preparado para todos los pueblos.
9 de octubre de 2016
28º Domingo de T.O. (C)
2 Re 5, 14-17; 2 Tim 2, 8-13; Lc 17, 11-19
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