«Vicente de Paúl: un místico de la Caridad»: este es el tema que nos propone el P. Tomaž Mavrič, CM, para el próximo 27 de septiembre, fiesta de san Vicente de Paúl, en una carta dirigida a toda la Familia Vicenciana, que a continuación reproducimos.
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Roma, 19 de septiembre de 2016
Queridos miembros de la Familia vicenciana,
¡Que la gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!
Con gran alegría y agradecimiento hacia cada uno de ustedes, que sirven a nuestros «amos y señores» a través de todo el mundo, les dirijo, por primera vez como Superior general, esta carta. Quisiera expresar mi profunda gratitud y mi admiración hacia todos ustedes, que viven con los pobres y les sirven, como testigos del amor de Jesús, hasta en los lugares más apartados del planeta. Todos somos servidores y es maravilloso saber que nunca estamos solos en este servicio. Jesús, nuestra Madre María, san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y todos los demás beatos y santos de la Familia vicenciana nos acompañan en este camino.
Quisiera aprovechar esta ocasión para dar las gracias desde lo más profundo del corazón al Padre Gregory Gay, CM, nuestro Superior general durante estos últimos 12 años, así como a todos los demás miembros y coordinadores de la Familia vicenciana en los niveles internacional, nacional y local, que incansablemente y con mucho entusiasmo y entrega, han servido durante los pasados años para hacer posible la proclamación afectiva y efectiva de la Buena Nueva a los pobres.
Asimismo, aprovecho esta oportunidad para hacer extensivo mi sincero agradecimiento a todos ustedes, miembros de las diferentes ramas de la Familia vicenciana, que me han escrito con ocasión de mi elección como Superior general y me han expresado calurosamente sus buenos deseos y, de una manera especial me han prometido su fiel oración. Como no me será posible responder y dar las gracias a cada uno individualmente, estén convencidos de que están incluidos en estas palabras de agradecimiento y cuenten con mi oración cotidiana por ustedes.
La Providencia nos ofrece un momento de «gracia especial» para el próximo 400º aniversario (1617-2017) de nuestra espiritualidad y carisma Vicencianos comunes. Muchos de ustedes ya han emprendido una planificación intensiva para compartir nuestra espiritualidad vicenciana y nuestro carisma a nivel local, nacional e internacional, y animar a otras personas a seguir el mismo camino. Les invito a todos a proseguir la reflexión sobre la mejor forma de compartir con los demás este «tiempo especial de gracia», en el que hay que planificar y actuar juntos.
El lema de toda la Familia vicenciana para 2017 que iluminará todo es: «… Fui extranjero y me acogisteis…» (Mateo 25, 35). Al dirigir nuestra mirada hacia nuestros hermanos y hermanas, en especial hacia los más abandonados y hacia aquellos de los que nadie se preocupa, para estar seguros de que nuestra reflexión, planificación y acción se orientan en la buena dirección, se nos invita a comenzar el camino. La fiesta de San Vicente de Paúl nos ofrece una nueva ocasión para examinar las motivaciones y las maneras de reflexionar, de planificar y de actuar de Vicente.
El teólogo Karl Rahner, a finales del siglo XX, pronunció estas palabras proféticas: «Los cristianos del siglo XXI serán místicos o no serán cristianos». ¿Por qué podemos decir de San Vicente de Paúl que era un «místico de la Caridad»?
Quisiera invitar y animar a cada uno de nosotros, individualmente y como grupo, a reflexionar, a planificar y a actuar a partir de la pregunta siguiente:
¿Por qué y cómo puedo describir a Vicente como un místico de la Caridad?
He pedido a tres de nuestros cohermanos, que han reflexionado y escrito sobre este tema en el pasado, que compartan con nosotros una breve reflexión personal. Estos pensamientos nos pueden ayudar a renovar y a profundizar nuestra propia reflexión.
1. Padre Hugh O’Donnell, CM
Todos sabemos que Vicente era un hombre de acción, por lo que nos puede sorprender que se le pueda presentar igualmente como un místico. Pero de hecho, es su experiencia mística de la Trinidad y en particular de la Encarnación, lo que motivaba todas sus acciones en favor de las personas pobres. Henri Brémond, eminente historiador de la Escuela francesa de espiritualidad, fue el primero en atraer nuestra atención. Él decía: «… Es el misticismo (de Vicente) lo que nos ha dado al mayor de los hombres de acción». Más tarde, André Dodin y José María Ibáñez llamaron a Vicente un «místico de la acción» y Giuseppe Toscani, CM, unía misticismo y acción, e iba al centro de la cuestión llamándole «un místico de la Caridad». Vicente vivió en un siglo de místicos pero él se reveló como el místico de la Caridad.
Ser un místico implica una experiencia, la experiencia del misterio. Para Vicente, esto significaba una profunda experiencia del misterio del amor de Dios. Sabemos que los misterios de la Trinidad y de la Encarnación estaban en el centro de su vida. La experiencia del amor inclusivo de la Trinidad por el mundo y del abrazo incondicional del Verbo encarnado a toda persona humana, ha modelado, condicionado e inflamado su amor por el mundo, y por todo el mundo, más especialmente por los hermanos y hermanas necesitados. Él contemplaba el mundo con los ojos del Padre (Abba) y de Jesús, y acogió a todo el mundo con el amor incondicional, el calor y la energía del Espíritu Santo.
El misticismo de Vicente era la fuente de su acción apostólica. El misterio del amor de Dios y el misterio de los pobres eran los dos polos del amor dinámico de Vicente. Pero el camino de Vicente tenía una tercera dimensión que era su manera de considerar el tiempo. El tiempo era el medio a través del cual la Providencia de Dios se le manifestaba. Él actuaba según el tiempo de Dios y no según su propio ritmo. «Hagamos el bien que se presente», aconsejaba. «No adelantarse a la Providencia».
Otro aspecto de la temporalidad en Vicente era la presencia de Dios aquí y ahora – «¡Dios está aquí!» (influencia de Ruysbroek). Dios está aquí, en el tiempo. Dios está aquí, en las personas, en los acontecimientos, en las circunstancias, en los pobres. Dios nos habla ahora, en ellos y a través de ellos. Vicente era un hombre de la historia que se despliega en el sentido más profundo. Él seguía paso a paso la guía de la Providencia. No tenía agenda personal, ni ideología. Le hicieron falta decenios para alcanzar tal libertad interior, esta es la razón por la que el camino de Vicente hacia la santidad y la libertad (1600-1625) es la clave para comprender la dinámica cotidiana del apóstol de la Caridad.
2. Padre Robert Maloney, CM
Cuando hablamos de los místicos, pensamos habitualmente en personas que viven experiencias religiosas extraordinarias. Su búsqueda de Dios pasa de una búsqueda activa a una presencia pasiva. Ellos oran, como dice san Pablo a la Iglesia de Roma (8, 26), «con gemidos indecibles». Los místicos tienen momentos de éxtasis cuando están completamente perdidos en Dios, «¿es en su cuerpo, es fuera de su cuerpo? Yo no lo sé», como cuenta San Pablo su experiencia en 2ª Corintios 12, 3. A veces, tienen visiones y reciben revelaciones privadas. Tratan, con dificultad, de describir a los otros sus momentos de luz intensa y de oscuridad dolorosa. San Vicente estaba familiarizado con los escritos de místicos como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Aunque generalmente prudente con respecto a los fenómenos espirituales extraños, él admiraba a Madame Acarie, una de las místicas destacadas de su época, que vivió en París durante los primeros años de Vicente en esta ciudad.
El misticismo de Vicente era completamente diferente. Él encontraba a Dios en las personas y en los acontecimientos. Sus «visiones» eran profundamente cristológicas. Él vio a Cristo bajo los rasgos de los pobres. Utilizando una expresión de la tradición jesuítica que se ha hecho muy popular en los documentos vicencianos, era un «contemplativo en la acción». Cristo le condujo a los pobres y los pobres le condujeron a Cristo. Cuando hablaba de los pobres y cuando hablaba de Cristo, sus palabras eran a menudo extáticas. Decía a sus padres y a sus hermanos: «si se le pregunta a nuestro Señor: «¿Qué es lo que has venido a hacer en la tierra?» — «A asistir a los pobres». — «¿A algo más?» — «A asistir a los pobres», etc. En su compañía no tenía más que a pobres y se detenía poco en las ciudades, conversando casi siempre con los aldeanos, e instruyéndolos. ¿No nos sentiremos felices nosotros por estar en la Misión con el mismo fin que comprometió a Dios a hacerse hombre? Y si se le preguntase a un misionero, ¿no sería para él un gran honor decir como nuestro Señor: Misit me evangelizare pauperibus?» (SVP XI/3, 34). Cuando hablaba de Cristo, a veces estaba casi en éxtasis. En 1655, él exclamó: «Pidámosle a Dios que dé a la Compañía ese espíritu, ese corazón, ese corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese corazón del Hijo de Dios, el corazón de nuestro Señor, que nos dispone a ir como él habría ido… nos envía a nosotros como a ellos, para llevar a todas partes su fuego, ese fuego divino, ese fuego de amor…» (XI/3, 190).
Para Vicente, las dimensiones horizontales y verticales de la espiritualidad eran ambas indispensables. Él consideraba que el amor a Cristo y el amor a los pobres eran inseparables. Exhortaba continuamente a sus discípulos no solamente a actuar, sino también a rezar, y no solamente a rezar, sino también a actuar. Frente a una objeción de sus discípulos: «Pero, padre, hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes; ¿habrá que dejarlo todo para no pensar más que en Dios?» Y él respondía con fuerza: «No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios, y hacerlas más por encontrarle a él allí que por verlas hechas. Nuestro Señor quiere que ante todo busquemos su gloria, su reino, su justicia, y para eso que insistamos sobre todo en la vida interior, en la fe, la confianza, el amor, los ejercicios de religión, la oración, la confusión, las humillaciones, los trabajos y las penas, con vistas a Dios, nuestro señor soberano; que le presentemos continuas oblaciones de servicio y de anhelos por ganar reinos para su bondad, gracias para su Iglesia y virtudes para la compañía. Si por fin nos asentamos firmemente en la búsqueda de la gloria de Dios, podemos estar seguros de que lo demás vendrá después» (SVP XI/3, 430).
En una obra revolucionaria de 11 volúmenes, escrita hace casi un siglo, Henri Brémond describía la época de san Vicente como una era de «conquista mística». Como conclusión de un elocuente capítulo sobre Vicente, escribía: «El más grande de nuestros hombres de acción, nos lo ha dado el misticismo» (Historia literaria del sentimiento religioso en Francia, III – la conquista mística (Paris, 1921, p. 257).
3. Padre Thomas McKenna, CM
Para utilizar bien este título, la palabra «mística» debe ser comprendida en un sentido general. La connotación más popular es la de una persona que tiene más o menos una experiencia «directa» de Dios (visiones, voces, presentimientos, ruidos), más bien sin mediación. La literatura del misticismo describe experiencias como los éxtasis, ser transportado al «séptimo cielo», sacado fuera de sí mismo y «sumergirse en» el misterio (por ejemplo, en el abismo, el océano, la tierra) que es Dios. Su vocabulario es específico, por ejemplo, las moradas cada vez más profundamente interiores, contemplación activa y pasiva, con estados de purificación, de iluminación, de unificación, más allá de uno mismo, la noche oscura y la oscuridad deslumbrante. En cambio, el lenguaje de Vicente para expresar la experiencia religiosa era bastante sencillo y directo, y tampoco dio testimonio de este tipo de acontecimientos en su propia vida.
Pero el término mística puede ser utilizado en un sentido más amplio. Dicho de otra manera, se podría referir a alguien que ha vivido y sentido un contacto con lo sagrado en su vida y que ha respondido a este encuentro en el servicio al prójimo. En este sentido más amplio, Vicente puede ser considerado como un místico.
El sentido más inclusivo podría articularse de la manera siguiente. Un místico es aquel que escucha y se deja envolver por el amor de Dios hacia la creación, y entonces se compromete a reconocer este amor en el mundo y a entregarlo. Para Vicente, este amor de Dios (o mejor, el «hecho de amar») se revela especialmente en los pobres y marginados. Él los reconocía a la vez como portadores privilegiados del amor de Dios y como aquellos que merecen recibirlo prioritariamente. Y esto, lo puso en práctica transmitiendo activamente la Buena Noticia de este amor a los pobres.
Lo mismo que la letra de un canto puede hacer emerger la belleza profunda de una melodía, las palabras de Isaías que Jesús pronunció en el capítulo 4 de Lucas dieron una resonancia especial a la experiencia de Dios de Vicente. Jesús anunciaba no solamente su propia misión recibida de su Padre, sino también su propia experiencia de su «Abba» como amor para el mundo, en especial por los más pobres: «He sido enviado a proclamar la Buena Nueva a los pobres». Parafraseando, «el fuego del amor (el «hecho de amar») de mi Padre arde en mí y este amor me envía a llevarlo al mundo, de manera especial a los pobres». Continuando con la analogía, Vicente reconoció estas palabras como la letra de una melodía que resonaba en lo más profundo de sí mismo. Era como si, al escuchar este texto en un momento especial de su vida, Vicente dijera: «¡Ah! ¡Eso es! Estas palabras expresan exactamente mi experiencia del amor de Dios, y yo quiero pasar mi vida respondiendo a ella y propagándola».
Desde otra perspectiva, podríamos describir a Vicente como un místico «con doble mirada». Dicho de otra manera, él (veía) experimentaba al mismo Dios a través de dos lentillas diferentes, y esto, al mismo tiempo. Una de las lentillas era su propia oración; la otra era el pobre así como el mundo en el que éste vivía. Cada punto de vista tenía influencia sobre el otro, cada uno de ellos profundizaba y afinaba la percepción del otro. Vicente «vio» (y sintió) el amor de Dios a través de estos dos prismas a la vez y actuó enérgicamente para responder a lo que veía.
Para mantener el rumbo de nuestra reflexión, planificación y acción como miembros de la Familia vicenciana, para ayudarnos a reflexionar sobre Vicente como místico de la Caridad, las numerosas congregaciones que pertenecen a la Familia vicenciana o que formarán parte de ella en el futuro, tienen sus propias Constituciones que son sus primeras fuentes y las más importantes y, todas las ramas en su conjunto disponen de los escritos y de las conferencias de san Vicente de Paúl, así como de los escritos y conferencias de otros santos y beatos de la Familia vicenciana. Comprometámonos a leer estos textos y a orarlos cotidianamente.
Al acercarse la fiesta de San Vicente de Paúl, que celebraremos con toda la Familia vicenciana así como con muchas otras personas, grupos y organizaciones, a las que nos unimos y servimos, sintámonos animados por este «tiempo de gracia especial» que la Providencia nos ofrece, en este 400º aniversario del nacimiento de nuestra espiritualidad y carisma comunes.
Les deseo a cada uno de ustedes una maravillosa celebración, mientras seguimos recordándonos mutuamente en la oración.
Su hermano en san Vicente,
Tomaž Mavrič, CM, Superior general
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