Por la entrañable misericordia de Dios, nos visita Jesús para guiar nuestros pasos por el camino de la salvación.
Alguien le pregunta a Jesús: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». La pregunta sugiere que al que la hace le preocupa la salvación.
Es posible, sin embargo, que el preguntador se tenga por justo y se sienta seguro de sí mismo. Quizás desde su desdén por los demás, plantea la pregunta que delata que para él serán pocos los que se salven. Tal vez se toma por uno de elllos.
Pero poco importa realmente si la pregunta se hace con sencillez o con doblez. Se le ofrece en cualquier caso al preguntador la oportunidad de aprender una lección decisiva. Y la dirige Jesús a todos. Enseña a todos el camino de la salvación.
Así que no responde directamente Jesús a la pregunta desacertada. Solo se sirve de ella para indicar que la acertada no es la teórica que surge de la curiosidad inútil y la vana autocomplacencia: «¿Cuántos se salvarán?». Es, más bien la práctica que nos impulsa a la conversión: «¿Cómo hemos de comportarnos para que no se nos cierre la puerta de la salvación?».
Para que no nos hallemos excluidos del Reino de Dios, tenemos que guardar la enseñanza:
Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.
Por supuesto, no faltan quienes utilizan esta enseñanza para infundir miedo en los corazones, como si el miedo pudiese promover la verdadera observancia religiosa. En cambio, Jesús nos exhorta a no tener miedo. Al declarar él que «hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos», despierta esperanza seguramente en los despreciados por aquellos que se creen justos.
Sí, estamos todos convidados a la mesa en el Reino de Dios, lo que resalta que la salvación es un don.
Nadie tiene derecho a ella ni por nacimiento ni sangre ni herencia. Ser del Reino se debe a la gracia y no a nuestras obras. No solo no podemos presumir, sino que tenemos que reconocer que somos obra de Dios. Y lo seremos de manera cristiana auténtica si caminamos con Jesús hacia Jerusalén.
Jesús, el Siervo Sufriente, personifica la puerta estrecha. Su ejemplo nos da motivo y valentía para procurar que «sus pasos sean la regla de los nuestros en el camino de la perfección» (SV.ES XI:524), de la salvación. Y es él quien nos fortalece las manos débiles y las rodillas vacilantes. Les garantiza él además la salvación a quienes le siguen hasta el fin, hasta la entrega del cuerpo y el derramamiento de la sangre.
Señor Jesús, conozca la tierra tu camino, y todos los pueblos tu salvación.
21 de agosto de 2016
21º Domingo de T.O. (C)
Is 66, 18-21; Heb 12, 5-7. 11-13; Lc 13, 22-30
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