Me pregunto en cuántas homilías, a lo largo de los años, se nos ha instado a ser como el buen samaritano…
Los jóvenes que han peregrinado a Cracovia en este mes son un «toque» a toda la Iglesia para deshacerse de los «malos sistemas» que fomentan corazones sin piedad, dijo el arzobispo de Mark Coleridge.
En el envío de más de 70 peregrinos durante una misa en la catedral de San Esteban, en Brisbane (Australia), el 10 de julio, el arzobispo Coleridge dijo que la parábola del buen samaritano, que era la lectura del Evangelio del fin de semana, ejemplifica los problemas de un «mal sistema», que, en su corazón , era implacable.
«A lo largo de los siglos, a estos dos personajes, con los que acabamos de encontrarnos de nuevo, el sacerdote y el levita, han recibido realmente muy mala prensa», dijo el arzobispo Coleridge.
«Pero, de hecho, eran seres humanos comunes, no malas personas, sino que vivían atrapados en un mal sistema.»
No hay, quizás, parábola mejor conocida que esta bella historia de caridad real y efectiva. Y ninguna más retadora para cualquier lector por la profundidad de la compasión que se muestra a un extraño de mano de alguien que no sólo ayuda a la necesidad inmediata, sino que también garantiza una atención y de tratamiento, y lo hace a costo personal.
Ver las necesidades humanas, responder de manera efectiva, cuidar a las personas en peligro… ser un buen samaritano. El desafío permanente para los cristianos, más aún ahora en un mundo de brechas crecientes entre los que tienen y los que no tienen, con tantos otros males que generan pobreza – violencia, guerra y migración masiva.
Y cómo hacerlo en el siglo XXI. Cómo cuidar a los afligidos y, como dice Federico Ozanam, cómo practicar la justicia que podría evitar primeramente este tipo de ataques. Cómo, en una palabra, «arreglar el camino» (a Jericó o a cualquier otro lugar), de modo que haya un menor número de víctimas.
Algunas ideas, ciertamente no una lista completa, sino un punto de partida:
- Hablar cosecuentemente sobre el bien común, un concepto cada vez más en desuso y, sin embargo, clave para un futuro pacífico para toda la sociedad;
- Abrir puertas y crear oportunidades para que el pobre pueda hablar, fomentando de una mayor promoción para el cambio mientras que ellos mismos hablan de su propia experiencia de vida y de lo que hay que hacer;
- Instar a nuestros apostolados Vicencianos en todo el mundo para que analicen, junto a la gente a la que servimos, las causas de la pobreza y las soluciones pertinentes;
- Ampliar nuestros esfuerzos de colaboración: a partir de nuestra propia colaboración entre las ramas de la Familia Vicenciana, siempre que sea posible, pasando a crear una cooperación significativa con otras organizaciones y entidades de ideas afines a las nuestras sobre la pobreza, incluso si no compartimos sus otras metas y creencias.
El problema de la pobreza está demasiado profundamente arraigado en el tejido de la sociedad tal como la conocemos, par que pueda ser solucionado sin la amplia participación de muchos agentes diferentes. Nuestro impacto debe ser colectivo, el resultado del compartir intencional de objetivos precisos y definidos, del fluido intercambio mutuo de información, y de las mediciones comunes del éxito/fracaso de mano de múltiples agentes en el trabajo.
Fácil no será; pero el «impacto colectivo» puede ser la única manera de lograr un cambio real y duradero para las comunidades de personas que viven agobiadas por la pobreza.
Jim Claffey se jubiló recientemente de la Sociedad de Vicente de Paúl, en Long Island, donde se desempeñó como Director de Formación y Programas. Jim sirve actualmente como secretario ejecutivo de la Comisión Internacional de la Familia Vicenciana para la promoción del cambio sistémico.
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