Rico y precioso a los ojos de Dios

por | Jul 27, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 Comentarios

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Sin rastro alguno de codicia, Jesús es el hombre más rico ante Dios.

Rehúsa intervenir Jesús en un litigio de herencia.  Quizás no le gusta hacer algo que se pueda malinterpretar como suavidad con los que son muy amigos del dinero.  Pero lo cierto es que a continuación enseña una lección el Maestro sobre la insensatez de la codicia y la sensatez de ser rico ante Dios.  Propone así una solución radical para los litigios.

La lección tiene mucho sentido a la luz de la parábola contada.  ¿No resultará «vanidad y grave desgracia» realmente toda la fatiga del que se dedica a amasar bienes y luego no logra gozarse de ellos debido a una muerte repentina?  Ante la inevitabilidad y la imprevisibilidad de la muerte, hemos de reconocer que el sentido de nuestra vida no está en nuestros bienes ni éxitos.

Sí, afirma Jesús inequívocamente la vaciedad sin sentido de los sobrados que creen que su vida depende de sus bienes.  Tal afirmación es aún más convincente porque él la vive.  Él escoge para sí un modo de vida opuesto al de los acaparadores indiferentes a la miseria de los demás.

Jesús se hace pobre por los pobres.

Ni tiene siquiera donde reclinar la cabeza.  Lleva solo lo estrictamente necesario  mientras recorre ciudades y aldeas.  Renunciando a toda autosuficiencia, pide algo de comer, busca a quienes lo acojan y llama a la puerta de los ciudadanos y aldeanos.

Y este Evangelizador itinerante no se desanima al estrellarse contra el muro de rechazo.  Por eso, nos enseña con toda naturalidad:  «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá».

Incluso ya clavado en la cruz y sintiéndose abandonado por Dios, igual se aferra a él.  Se somete a la muerte.  Por eso, Dios lo levanta sobre todo y le concede el «Nombre-sobre-todo-nombre».  Dios declara a Jesús rico ante él.

Los cristianos, si queremos ser ricos ante Dios, tendremos  que ser pobres ante los hombres.

Colaboraremos con Jesús en servir a los pobres, ofreciéndoles el cuerpo y la sangre a los que tienen hambre y sed de justicia.  Y como nos representan ellos al Hijo de Dios, nos enseñarán también a ser pobres y a practicar la verdadera religión (SV.ES XI:725, 120).

No seremos como el rico que se felicita:  «Ponderan lo bien que lo pasas».  Ni nos beberemos las palabras de los que confían en su opulencia y se jactan de sus riquezas.  Nos acordaremos siempre:  «El hombre rico e insconsciente es como un animal que perece».  Buscaremos los bienes de arriba.

Señor Jesús, enséñanos a ser ricos con tu pobreza.

31 de julio de 2016
18º Domingo de T.O. (C)
Eccl 1, 2; 2, 21-23; Col 3, 1-5. 9-11; Lc 12, 13-31

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