Jesús tiene palabras de vida eterna creíbles. ¿Somos creíbles nosotros que creemos en él?
Los que oyen a Jesús proclamar la Buena Noticia se quedan asombrados de sus palabras creíbles de gracia. Él enseña con autoridad.
Creíbles también nos quiere Jesús. Quizás la frase: «de dos en dos» da a entender lo imprescindible que es la credibilidad. La ley mosaica requiere que haya al menos dos testigos para que sea aceptable un testimonio.
Sin embargo, más decisivo que tener a personas que corroboren nuestro testimonio es vivir conforme a nuestra predicación. Nada pone en duda nuestra credibilidad más que la hipocresía. Son poco creíbles quienes no hacen lo que dicen.
Decimos que el Señor es el dueño de la mies. Es él quien contrata a jornaleros y distribuye los salarios justos. Él hace crecer lo que plantamos y regamos. Hacer lo que decimos quiere decir no podemos prescindir de la oración.
A los incapaces del todo sin el Señor nos toca implorar con humildad que él nos dé «potestad para pisotear todo el ejército del enemigo», que nos capacite para la lucha contra la miseria que reina en el mundo. Somos muy pocos además para la gran cosecha que nos enfrenta. Rogamos, pues, al Señor que mande obreros a su mies.
Orar así supone, claro, que no desecharemos a los colaboradores —de ambos sexos, de toda raza, lengua, pueblo y nación— que nos envíe el Señor. Ni actuaremos como Juan, quien informó a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros».
Poco creíbles también son los que a quienes les faltan el celo devorador y la devoción inquebrantable por el Evangelio.
No se ponen en camino para anunciar y vivir valientes, mansos, sencillos y mortificados la Buena Noticia. No pueden dejar sus estructuras seguras. tampoco piensan como san Vicente de Paúl. Dice éste a un misionero (SV.ES II:396):
No somos bastante virtuosos para poder soportar el peso de la abundancia y el de la virtud apostólica, y temo que nunca lo seremos, y que el primero arruinaría al segundo.
Y si les resulta inevitable a los cómodamente establecidos ponerse de camino, andarán cambiándose de casa. Están en busca del mejor hospedaje. Por eso, su «apostolado» es de conveniencia. Se alegran de que incluso las gentes prominentes se les sometan.
A diferencia del que se ofrece como nuestro alimento, los instalados en el bienestar prefieren consumir a ser consumidos. No buscan tanto consolar cuanto ser consolados. No llevan en sus cuerpos las marcas de Jesús.
Señor, haz de mí un testigo creíble de tu justicia, tu misericordia y tu paz.
3 de julio de 2016
14º Domingo de T.O. (C)
Is 66, 10-14c; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12. 17-20
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