Nunca deja de sorprender Jesús. Utiliza las sorpresas para enseñárnoslo todo, mediante el Espíritu Santo, y guiarnos hasta la verdad plena.
¡Qué sorpresa de sorpresas seguramente para los discípulos ver vivo al Maestro después de su crucifixión y sepultura! Su entrada en la casa con las puertas cerradas forma parte, por supuesto, de la sorpresa nocturna, la cual, sin embargo, no es la única.
Otra sorpresa es la confianza que sigue poniendo Jesús en sus discípulos. Todos ellos, en el momento cuando más los necesitaba él, lo abandonaron y huyeron. Con todo, Jesús los designa misioneros suyos. Exhalando su aliento sobre ellos, les dice:
Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Con nuestra recepción del Espíritu Santo, se nos vienen encima más sorpresas.
El Espíritu Santo es quien fortalece, para la gloria de Dios y para nuestra sorpresa, la carne humana débil a fin de que ésta esté al mismo nivel que el espíritu humano decidido. El Espíritu nos capacita a los frágiles para la obra de velar con Jesús no solo una hora, sino continuamente siquiera.
La acción del Espíritu nos hace a los que venimos de diferentes naciones, lenguas y culturas, capaces de hacer nuestra confesión común de fe de que Jesús es Señor. Bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, podemos promover la unidad en diversidad y el bien común. El Espíritu quiere que superemos nuestras inclinaciones exclusivistas, elitistas o racistas. Estas tendencias destructivas se manifiestan en la política que unos califican de «derby de demolición», la que hace a la masa aplaudir tanto más fuerte, cuanto mayor destrucción se ve o se fomenta.
Más sorpresas nos trae también el Espíritu porque convierte a los atemorizados en testigos valientes de la resurrección de Jesús. Asimismo, hace de los necios, y torpes para creer, predicadores convencidos del Evangelio. Y el Espíritu, como el Padre amoroso de los pobres, se sirve de ellos para que se proclame lo inagotables que son los bienes del Dios generoso.
Y vale notar que el Espíritu es quien nos ayuda a vencer nuestras resistencias contra sus sorpresas y novedades. A no ser que él nos ayude, seremos como los caracoles que prefieren encarcelarse en su concha (SV.ES XI:397). Sin él jamás podremos dar fe realmente de que el cáliz de bendición nos une a todos con la sangre de Cristo y que el pan que partimos nos une a todos con el cuerpo de Cristo.
¡Ven, Espíritu Santo! Danos la gracia de afrontar tus sorpresas.
15 de mayo de 2016
Pentecostés (C)
Hech 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23
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