Decir #YoSoyVicente implica mantenerse al tanto de los pobres y del sufrimiento que nos rodea. El P. John Kettleberger, C.M., reflexiona sobre una visita a Lourdes, donde revela su carácter y carisma vicenciano como una simple «maravilla» ante las profundas vidas de oración de nuestros hermanos y hermanas.
«¡Ave, Ave, Ave María!» Estas palabras en la oración a menudo me transportan de nuevo a Lourdes (Francia) y a la Procesión del Rosario que se lleva a cabo cada noche con los enfermos, sus cuidadores y miles de peregrinos que viajan a Lourdes en busca de curación espiritual, emocional, mental o física. Yo camino con ellos, rosario en mano, mientras oramos las conocidas palabras en alemán, francés, español, italiano e inglés. Estoy bañado en un río de oración que fluye hacia Dios por la intercesión de la Virgen de Lourdes y sabiendo que todos estamos necesitados de sanación.
A mi alrededor, doce estudiantes universitarios de la Universidad de St. John están conmigo en peregrinación de servicio. Se ven cansados, y no es de extrañar, ya que han pasado una larga jornada de trabajo con los peregrinos en los «baños» y en la estación de tren. Más tarde, en esta noche reflexionaremos sobre nuestro día de servicio y dónde vimos el rostro de Cristo, pero en este momento están imbuídos en su propia oración. Me pregunto por quiénes están orandos. Oran por aquellos a quienes sirven hoy y aquellos a los que sirvieron. Oran por sus familias y amigos, casa cuyas intenciones se han traído aquí, a Lourdes. Oran por ellos mismos y sus propias luchas y sueños para el futuro.
«Ave, Ave, Ave María»… elevamos nuestras velas mientras cantamos.
John A Kettelberger, C.M., es capellán universitario de la Universidad de St. John
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