Conversión: creer y vivir el Evangelio
Nuestro misericordioso Señor oye a los pecadores que claman a él. No se complace en su muerte, sino en su conversión, para que vivan y den mucho fruto.
Deja claro Jesús que necesitamos todos de la conversión. Advierte que si no nos convertimos, pereceremos como aquellos que, a nuestro parecer quizás, se merecían la muerte como castigo por sus pecados.
Jesús nos enseña, sí, a no andar tomándonos sin necesidad de la conversión. Tal enseñanza se hace aún más decisiva en tiempos de prosperidad, cuando fácilmente nos olvidamos de la advertencia:
El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.
Acomodados, difícilmente resistimos la tentación de creernos hombres rectos, razonando que si no lo fueramos, no gozaríamos de tantas cosas buenas. Posiblemente nos consideremos dignos también de estar ante Dios, pisando el terreno sagrado sin quitarnos las sandalias. Hasta podemos hacer de opulento arrogante que acusa a los desgraciados de pereza y de todo tipo de vicios.
En otras palabras, la conversión significa cambio de mentalidad y perspectiva que nos prevenga envidiar a los malvados, viéndolos prosperar, y nos impida a prejuzgar dichosos a los que no sufren como los demás, o malditos a los desgraciados. Convertirnos es dejarnos de hacer algo que hacemos con frecuencia sin darnos cuenta: mostrarnos observantes religiosos admirables a expensas de los menospreciados por nosotros.
La conversión es, además, dar mucho fruto, lo que supone limpieza o poda. Así que convertirnos es mortificarnos de alguna manera, dejándonos cortar y recortar, torcer y desgarrar.
Y la mortificación se puede realizar en la forma indicada por san Vicente de Paúl, quien aconseja (SV.ES IX:653):
Es la hora de la oración; si oís a los pobres que os llaman, mortificaos y dejad a Dios por Dios ….
Pero lo fundamental en la conversión, sea lo que sea su forma, se señala en la primera proclamación de Jesús, en el evangelio de san Marcos:
Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.
Y como Jesús personifica la Buena Noticia de manera sublime, convertirnos es nada más y nada menos que creer en Jesús y seguirle. Quienes realmente creen en él y se convierten en discípulos suyos, conociéndole íntimamente mediante su familiaridad con los evangelios, cambian su forma de ser, actuar y vivir por la del Maestro.
Van anunciando a los pobres la Buena Noticia y asistiéndoles de todas las maneras. Así se convierten, unidos a Jesús, en «pan … a gusto de todos» y en vino que alegra el corazón.
Señor Jesús,que amemos a ti y al prójimo de modo que se cubran nuestros pecados.
28 de febrero de 2016
Domingo 3º de Cuaresma (C)
Ex 3, 1-8a. 13-15; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9
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