El 14 de marzo de 2013, hace ya casi tres años, la Iglesia vivió una jornada llena de alegría y esperanza: la fumata blanca anunciaba la elección del 266º Papa de la Iglesia. Todos recordamos la expectación que se generó por verle aparecer por el balcón del Vaticano, y las múltiples sorpresas que se produjeron aquella noche, entre ellas, la elección del primer Papa de la historia de origen americano. En su primer saludo ya encontramos las semillas de algo que ha continuado sucediendo a lo largo de estos tres años: la oración como eje fundamental de la acción del Papa; nada más salir, e inmediatamente después de saludar con un sencillo “buenas tardes”, pidió al pueblo de Dios congregado en la plaza de San Pedro que rezase por el Papa emérito Benedicto XVI. Después, invitó a rezar los unos por los otros (“Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro”) y por todos los seres humanos (“Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad”). Pidió, seguido, que el Pueblo de Dios allí congregado rezase por él y su nuevo ministerio papal (“os pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí…”). Y, finalmente, bendijo al pueblo y se despidió.

En estos años, nos hemos acostumbrado a escuchar, al Papa Francisco, terminar sus encuentros con personas de toda índole con una frase: “recen por mí”.

Pocos dudarían, pues, de la importancia que le da el Papa a la oración, personal y comunitaria, y de la importancia que tiene el que recemos los unos por los otros.

En el plano vicenciano, en este Año de la Colaboración… ¿sabremos trasladar estos mismos sentimientos e convicciones de Francisco, a nuestra familia espiritual?

Decimos en ocasiones que san Vicente de Paúl era “contemplativo en la acción”. Para Vicente, la oración (personal y comunitaria), no solo era imprescindible, sino que nos tenía que lanzar a la acción, ser una fuente donde beber y recuperar fuerzas, pero siempre para continuar la misión de anunciar el Evangelio y servir a los pobres. En sus conferencias a las Hijas de la Caridad podemos leer:

“Ya estamos en la hora de la oración; si oís a los pobres que os llaman, mortificaos y dejad a Dios por Dios, aunque se ha de hacer todo lo que podáis para no omitir vuestra oración, ya que es ella la que os mantendrá unidas a Dios; y mientras esta unión dure, no deberéis temer nada. Ahora bien, para conservar esta unión con Dios, debéis manteneros cerradas y encerradas en vuestro interior, hablando con Nuestro Señor”.

Ya no es tanto si hacemos oración o no (¡que también!), sino de cómo es nuestra oración.

Vivimos en la Familia Vicenciana un tiempo de gracia, un Año de la Colaboración, donde somos invitados a participar más cercanamente de la espiritualidad y actividad de cada rama. Somos llamados a compartir nuestro ser y nuestro actuar, en bien de los pobres.

Parece normal que, también, compartamos espacios de oración comunitaria entre las ramas, donde nos reunamos en torno a Jesucristo, pidiéndole que haga fructificar nuestra acción y que purifique nuestros corazones para ser dignos seguidores del gran santo Vicente.

Estamos en Cuaresma… ¿qué tal si, entre nuestros propósitos de Resurrección, proponemos un encuentro local (mensual, cada dos meses…) de oración, abierto a todos los miembros de la Familia Vicenciana de nuestros alrededores?

Conozcámonos, y reconozcámonos hermanos, también en el encuentro íntimo con el Señor.

Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento