por Esthefany Archila
Tuve un momento de iluminación espiritual, inesperado, en la pequeña ciudad de Bladensburg (Maryland), cercana a Washington DC. Durante mis viajes por todo el país, en mis diferentes experiencias de servicio, me relacioné y conecté con decenas de personas. Pude ver su quebranto, a medida que cada persona se abría a mí y compartía su historia. En este momento ya había empezado a ver a mi propio quebranto también. Ya, antes de entrar en la casa de las Hermanas, había estado personalmente luchando con las preguntas: «¿Qué es lo que me hace sentir más viva?» y «¿Cómo voy me centro a mí misma en mi vida cotidiana?» Casi me sentía perdida y desorientada, sin saber muy bien cómo podría conectar conmigo misma.
El experimentar la hospitalidad vicenciana, con las Hijas de la Caridad, me ofreció un espacio seguro en el que tuve la oportunidad de explorar mi propia espiritualidad y la manera en que podría, de hecho, conectar conmigo misma. Fue muy inspirador escuchar las historias de las Hermanas y su pasión por la justicia social y la vida en general. Pude ver, de primera mano, cómo las hermanas sacaban fuerzas de su relación con Dios. Esto despertó mi curiosidad sobre mi propia espiritualidad. Después de años de no cuestionar lo que Dios significa para mí y cuál es el papel que quería que él jugara en mi vida, oré, reflexioné y, en última instancia, reconocí que las luchas en mi propia familia rota, y la realidad de necesitar encontrar un sistema de ayuda diferente en mi vida, formaban parte de mi historia vital. No todo fue malo y no todo fue bueno, pero el trato con las Hermanas me ayudó a darme cuenta de lo agradecida que estaba, porque esos momentos (buenos y malos) fueron los que habían facilitado que yo cruzase las puertas de la casa de las Hermanas.
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