Cambiando el agua en vino, se manifiesta Jesús como el Inaugurador y el Cumplidor de lo nuevo profetizado en Is 43, 19: «Mirad que realizo algo nuevo».
Jesús se sirve de «seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos». ¿Será esto otra forma de decir que él no está aboliendo ni la ley ni los profetas? Pero con la conversión del agua en algo totalmente nuevo, ¿no se reitera asimismo que hay una diferencia sustancial entre la plenitud de Jesús y la observancia acostumbrada de sus conciudadanos?
Una justicia diferente se espera, sí, de los discípulos. No sea que su justicia supere la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos. Sin la nueva justicia, incluso los circuncisos no serán de la comunidad con «un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor».
Pero lo importante realmente no es ni la circuncisión ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y los que viven con Cristo son una nueva creación.
Así que acoger a Jesús es acoger algo nunca jamás visto ni oído. Aunque sorprendente, es poco realmente discrepar con la costumbre de servir primero el vino bueno y guardar el peor para el final. Lo verdaderamente grande y asombroso es que Jesús, de palabra y de obra, lo ponga todo boca abajo.
Él enseña: dichosos los pobres, los hambrientos, los que lloran, los odiados, excluidos, insultados; ay de los ricos, los acomodados, los saciados, los que todo lo celebran con risa, pues para ellos no hay sinsabores, los elogiados; perder es ganar; los últimos son los primeros y reciben el mismo jornal que los jornaleros de la primera hora; los grandes son los esclavos que se sacrifican por los demás. Queda bien claro, pues, en qué consiste lo nuevo que Jesús vive y proclama.
Y solo son cristianos quienes, renovados por el Espíritu para una diversidad de servicios, se visten del hombre nuevo, creado a imagen del que es imagen del Dios invisible. Si los invitados seguimos llevando el traje del hombre viejo, no nos contaremos entre los escogidos para participar en el rito nuevo de pan tierno y vino nuevo, al cual ceden el puesto los ritos antiguos y acostumbrados.
Con razón nos exhorta san Vicente de Paúl: «Vayamos y ocupémonos con un amor nuevo en el servicio de los pobres, y busquemos incluso a los más pobres y abandonados» (SV.ES XI:273). Los llenos de tal amor señalan seguramente tanto a lo nuevo que Jesús emana como a una fe tranquila y confiada que anticipa la hora asombrosa de Jesús.
Señor Jesús, haznos nacer de nuevo.
17 de enero de 2016
2º Domingo de T.O. (C)
Is 62, 1-5; 1 Cor 12, 4-11; Jn 2, 1-12
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