Palabra asombrosa y fecunda

por | Dic 3, 2015 | Reflexiones | 0 comentarios

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Domingo 2º de Adviento (C), 6 de diciembre de 2015 – Bar 5, 1-9; Fil 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6

Cargados de frutos de justicia (Fil 1, 11)

La Palabra de Dios no está encadenada. No la impide nada ni nadie. Es eficaz de manera asombrosa.

Viene la palabra de Dios sobre Juan cuando está el pueblo judío bajo la dominación romana. Dios se entremete en nuestra historia humana.

En este mundo falta mucho la justicia y la misericordia. Aquí muchos de los reconocidos como jefes son tiranos, y hacen títeres de gente como ellos. Pero no le importa a Dios ponerse en nuestra situación.

Es que, en primer lugar, la Palabra no se dirige tanto a los justos cuanto a los pecadores. Son los enfermos quienes necesitan médicos.

En segundo lugar, Jesús, el profeta más grande, no tiene miedo a los que matan el cuerpo. Le fortalece, como a otros profetas, la instrucción divina de que no se acobarde él ante los rebeldes. Se le da además la garantía de que la palabra que sale de la boca de Dios no volverá a él vacía, sino que hará su voluntad y cumplirá su encargo.

No prevalecerán jamás los potentes mundanos, quienes a cada rato y paso ponen obstáculos ante la Palabra, en lugar de preparar el camino de ella. Se van a llevar una sorpresa desagradable cuando vean que tanto más la desechan y pisotean, cuanto más se recupera ella y queda fecunda.

Así actúa Dios en nuestra historia, lo que es un secreto que se revela a la gente sencilla. Si no queremos encontrarnos sobrecogidos, nos comportaremos, no como los fuertes Tiberio, Herodes, Felipe y Lisanio ni como los sabios Anás y Caifás, sino como la Inmaculada, cuya humillación agrada a Dios.

Ser como María significa no buscar la realeza en lugares equivocados. Es tener la conciencia de san Vicente de Paúl, quien nos recuerda una y otra vez que en el reino de Dios son los pobres quienes pertenecen a la realeza, y que se alcanza el fin glorioso solo por medios divinos (SV.ES II:325; III:170; XI:467).

Un medio y remedio imprescindible es la Eucaristía. En ella escuchamos la Buena Palabra, para que se haga completamente la voluntad divina en nuestra vida, nuestra historia, como en la de San Vicente (Jacques Delarue). También aporta ella el alimento que remedia nuestra imperfección y debilidad, para que lleguemos al destino deseado.

Oriéntanos, Señor, hacia tu Palabra.

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