por Diego Plá Aranda, C.M.
Parroquia San Pedro de Mocomoco
Misión Vicentina del Altiplano Boliviano
La historia que voy a narrar está basada en hechos reales que quizás puedan sonar a comedia, pero nada más lejos de la realidad, porque con la comida —como me enseñó mi papá cuando era niño— no se juega, y menos en la zona de Bolivia donde trabajamos los vicentinos, considerada de extrema pobreza.
Como cada año, al abrir los comedores escolares para los niños más necesitados en las poblaciones de Mocomoco y de Ingas, el proyecto Nayrar Sarapxañani (Vamos Adelante) compra una vaca entera para que los niños mejoren su nutrición. De hecho, esta vaca nos tiene que durar tres meses, y tiene que poder alimentar a 130 niños.
El problema es que alguien robó el toro en la madrugada, y después de buscarlo durante todo el día había mucha tristeza, pues el carnicero que compró la vaca haciendo un gran esfuerzo, perdía su capital (unos 500$), demasiado para un hombre humilde.
Y ahí es donde entramos nosotros en esta historia. Como nuestros antepasados los Incas buscamos huellas, utilizamos la lógica ya que, como la vida, todo lo que es para los niños pobres no se ha de perder. Con tanto sacrificio que nos cuesta reunir el dinero para mejorar la nutrición de estos niños, no podía caer en saco roto. Encontramos al toro, escondido, a punto de ser robado, amarrado entre los árboles en un lugar recóndito. El ladrón lo dejó esperando a que anocheciese. Y como dice la gente del lugar “el toro llora”, y al escuchar su grito escalamos la montaña hasta encontrarlo.
Qué gran alegría.
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