Si hay un aspecto imprescindible en la colaboración, es la existencia de un fuerte vínculo de unión que hace que nos necesitemos mutuamente.
Para mejor realizar nuestra única misión —no la olvidemos: el anuncio de la Buena Noticia y el servicio a los necesitados— es fundamental que nos apoyemos los unos en los otros, como personas y como ramas de la Familia Vicenciana.
(Una puntualización previa: ¿Es una misión, o son dos? No nos confundamos: es una. En clave vicenciana, se evangeliza sirviendo; y se sirve evangelizando)
Es muy interesante el texto de la primera carta de San Pablo a los Corintios, en el capítulo 12. Conviene releerlo de vez en cuando.
En los versículos 6 y 7 nos dice: “Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común”. Hay muchas y jugosas enseñanzas en estas dos frases. ¿Nos damos cuenta…
- que hay “diversidad de obras” (¡No solo la mía, la de mi grupito, la de mi rama, parroquia, comunidad…!)?
- …que no somos nosotros, sino que “es Dios quien obra” (¡Somos instrumentos de Dios!)?
- …que “obra en todos”, no solo en unos pocos (¡Todos tenemos una misión que compartir!)?
- …que nuestro don es “para provecho común” (¡A todos se nos han dado dones, pero para compartirlos, no para provecho propio!)?
Ya sabemos, pues, que todos somos necesarios, y que Dios es quien actúa por nosotros.
Pero san Pablo no se queda ahí… el texto continúa yendo más allá: somos necesarios, cierto, pero no solo eso: somos imprescindibles. Veámoslo:
A partir del versículo 12 san Pablo compara a la Iglesia con un cuerpo —permitámonos ahora la licencia de que nos lo dice a la Familia Vicenciana—. Y, así como en el cuerpo, estamos llamados a vivir unidos: “Un solo miembro no basta para formar un cuerpo, sino que hacen falta muchos”. Unidos: dejando que la sangre vital, el espíritu de Dios, fluya a través de cada uno de los miembros, que todos compartan el mismo espíritu. Y necesitados los unos de los otros: “El ojo no puede decir a la mano: ‘No te necesito’”. Sin la mano, ¿cómo agarrar los objetos? Sin el ojo, ¿cómo verlos? Sin el oído… ¿cómo escucharnos?
Necesarios… imprescindibles… y acto seguido, san Pablo sigue profundizando: ¿Quién es más necesario? San Pablo nos lo responde: “Las partes del cuerpo más débiles son las más necesarias”.
Te invito a detenerte en ese versículo. A lo mejor has pensado, en alguna ocasión, que no tienes nada que ofrecer, que tu labor no se puede comparar con las grandes obras de los grandes Vicencianos… A ti, san Pablo te está diciendo que eres el más necesario para que la obra siga adelante, para que los pobres sean evangelizados y servidos, con la dignidad que se merecen, como al mismo Jesucristo lo haríamos. Te invito a que te digas a ti mismo: “Soy necesario”… ¡porque es verdad! ¡Es Palabra de Dios! No importa lo grande o pequeña que sea tu labor… cuanto más pequeña, ¡más necesaria!
Hay otro aspecto sorprendente en esta sentencia de san Pablo: ¿te das cuenta que nos está diciendo que los pobres son los más necesarios en el Cuerpo de Cristo? Los más débiles… son los más necesarios. En la película Monsieur Vincent, san Vicente le dice a una Hija de la Caridad: “Sólo por tu amor los pobres perdonarán el pan que les has dado”. Un acto de amor (dar pan) se convierte en denuncia de la injusticia (perdonar que haya que dar pan). La Caridad convierte a los pobres en cauces para la redención de nuestra vida, personal y comunitaria (y así lo quiso Jesús: lee Mateo, capítulo 25; es incontestablemente claro). Los pobres son necesarios, entre otras muchas cosas, porque no hay nada más necesario que recibir perdón y, por tanto, salvación.
Veamos nuestra querida Familia Vicenciana, en este año en el que reflexionamos sobre la colaboración: el trabajo colaborativo es imprescindible (recordémoslo de nuevo: somos cuerpo, no departamentos estancos). Pero colaborar no es fácil: requiere tiempo y voluntad, no solo ideas y deseos. Sin lo primero, se corre el riesgo de que la colaboración acabe siendo una bonita idea, que pasa, sin pena ni gloria, a los anales de la historia vicenciana, una vez llegado a término el plazo.
Necesitamos del apoyo del otro para llevar a cabo nuestra labor. Sin él, estará incompleta.
Somos, pues, necesarios y necesitados. Emisores y receptores de ayuda. Seamos radicales: en la Familia Vicenciana, necesitamos colaborar mutuamente para poder subsistir. ¿Es acaso decir mucho?
Termino invitándote a un reto:
No seamos más islas… sino Cuerpo.
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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