«LOS VICENTINOS ESTÁN LLAMADOS A CAMINAR JUNTOS HACIA LA SANTIDAD, PORQUE LA VERDADERA SANTIDAD ES LA UNIÓN PERFECTA CON CRISTO Y LA PERFECCIÓN DEL AMOR, QUE ES EL CENTRO DE SU VOCACIÓN Y LA FUENTE DE SU FECUNDIDAD».
– REGLA, PARTE 1, ARTÍCULO 2.2
Es común y habitual creer que ser santo está reservado a esas pocas personas especiales cuyas vidas son aparentemente intachables. Dentro de muchas confesiones cristianas, varios de ellos son encumbrados como modelos de pureza y bondad inalcanzables para la llamada persona corriente. Sin embargo, ésta nunca fue la intención de la santidad ni su significado. Al crear expectativas poco razonables de un elevado estado de santidad, podemos vernos privados de la riqueza de la vida de ese santo, incluidas sus luchas, sus imperfecciones y las realidades de las comunidades que los formaron. También nos perdemos el modo en que superaron esos retos de forma muy humana. Podemos perdernos el movimiento de Dios en todas las cosas. La santidad es el reconocimiento de que Dios es íntimamente consciente de nuestros sufrimientos y alegrías y está presente en ellos. Esta santidad, de unidad con Dios, forma parte de nuestro desarrollo integral.
El Papa Francisco, en Gaudete Et Exsultate, nos recuerda esta realidad: «El Espíritu Santo otorga la santidad en abundancia en el pueblo santo y fiel de Dios, porque a Dios le ha placido hacer santos a los hombres y salvarlos, no como individuos sin ningún vínculo entre sí, sino como pueblo que le reconozca en la verdad y le sirva en la santidad».
Parte del reto de nuestro proceso de desarrollo y maduración hacia la santidad es hacerlo sin juzgarlo como incompleto o vernos a nosotros mismos como inadecuados. El camino hacia la plenitud es un camino que se construye sobre lo bueno, en lugar de representar una especie de llegada arbitraria a un punto o destino lejano. A menudo, el camino hacia la plenitud y la santidad se centra en las nociones individualistas de que las partes de mí que son buenas deben ser mejores, y todas las llamadas partes rotas o equivocadas de mí deben ser arregladas. Esta no es la sabiduría de la tradición bíblica cristiana. Pablo, en una de sus cartas a los Corintios, expresa la belleza de este camino hacia la plenitud y la santidad reconociendo que la perfección de Cristo se encuentra en la unidad de unos con otros: «Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, son un solo cuerpo, así también sucede con Cristo… Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo e individualmente miembros de él». Esta unidad se produce cuando cada uno de nosotros aporta la totalidad de lo que es, incluidas sus debilidades y sus capacidades, en una relación de amor con los demás, sin perder el sentido de su singularidad. Hay una tensión natural, y una magnífica responsabilidad, en ser el cuerpo de Cristo y formar parte de él.
Unas palabras finales del Papa Francisco: «Y la Iglesia está llamada a vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que —fiel a su naturaleza como madre— se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser «hospital de campo», con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación».
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
- ¿Hasta qué punto te sientes santo?
- ¿Cómo crees que tu vida contribuye a la santidad y la plenitud de los demás?
De: Firewood for the soul, vol. 2, A Reflexion Book for the Whole Vincentian Family
Sociedad San Vicente de Paúl, Queensland, Australia.
Texto de: Samantha Hill y James Hodge.
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